Textos para pensar


Lo ves, lo quieres, lo tienes

Laura Blanco [CV], Carlos Carbonell [CV], Eva Rodríguez y Esther Verdaguer [CV]

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Nota del Editor

El presente texto fue distribuido como soporte para la ponencia del mismo título pronunciada por los autores en las XIII Jornadas Psicoanalíticas del EPBCN, tituladas Aperturas en Psicoanálisis (II).

«…una vida gobernada por el principio de placer es irrealizable».
Sigmund Freud.

«¡Lo ves, lo quieres, lo tienes!».[1]

«Se ama aquello por lo que se trabaja, y se trabaja por lo que se ama ».
Erich Fromm.

1. Introducción

El objetivo de este trabajo es elaborar una aproximación, usando algunos de los conceptos que Sigmund Freud despliega en su obra, a la situación económica y social actual, para abordarla desde un enfoque psicoanalítico, alejados de cualquier pretensión de explicación cerrada ni dogmática.

En los últimos años, el mundo occidental ha basculado desde un entorno en el que todo (parecía) era posible a nivel económico hasta el escenario de estos días. Un panorama donde la sensación instalada es que no hay (o no se atisba) salida y donde la única solución posible sería aguantar («Esto es lo que hay»).

Nuestra hipótesis es defender que la bonanza económica pasada era irreal, ilusoria y se sustentaba en lo que Freud llamó el principio de placer: es decir, un bienestar improductivo apoyado en un mecanismo tan primario como la tensión-descarga. La pinchada burbuja inmobiliaria o el hundimiento del sistema bancario nos sirven como soporte a esta tesis.

En sintonía con lo descrito, el titulo de este texto corresponde al eslogan de un anuncio publicitario de la desaparecida Caixa de Catalunya, en el que se ofertaba una tarjeta de crédito para jóvenes de 18 a 30 años (!); el eslogan se nos antoja muy representativo, un ejemplo inequívoco de una frase que remite al principio de placer.

El desarrollo que sigue consistirá en exponer cómo aquella sociedad del principio de placer acabó por resultar irrealizable, y las consecuencias que ello generó, genera y generará a nivel psíquico en el sujeto y en la sociedad de la que forma parte. Lo económico, creemos, es sólo la punta del iceberg.

Esa sociedad del principio de placer promovía la idea de una falsa igualdad, sustentada por criterios económicos envidiosos («y yo más», «a ver quién la tiene más grande»…), que fomentaba la competencia enfermiza y promovía la infantilización del sujeto volviéndolo, de hecho, improductivo.

Posteriormente, cuando se derrumbó aquel mundo que rozaba el delirio y la fantasía, estalló la angustia a nivel particular y social, se instaló el miedo (poderosa arma de manipulación), resultó evidente la falta de referentes con los que identificarse y se sumió al sujeto en un estado de culpa («hemos vivido por encima de nuestras posibilidades»).

Hoy, incluso, podríamos plantearnos si nos encontramos ante una sociedad al borde del trauma, bombardeada día y noche por informaciones cada vez más macro y menos micro, donde la subjetividad deja paso a lo global y, en consecuencia, al alejamiento del individuo y su problemática.

No osaremos tampoco plantear ninguna conclusión, sino plasmar algunos de los muchos dilemas que se abren en este tiempo convulso. ¿En qué estado nos encontramos a nivel individual y social?, ¿desde qué lugar uno se enfrenta a la nueva realidad?, ¿queda espacio para sublimar y, en consecuencia, para producir una vivencia transformada?, ¿cómo interpretar las crisis en el marco del progreso social y humano?, ¿son necesarias, inevitables?, ¿cuáles son las ideas de progreso, desarrollo y evolución con las que nos manejamos?

2. Al principio, con placer

2.1. Gozando en la burbuja

La casa, la segunda residencia, el coche utilitario y el de los fines de semana, la moto, las vacaciones en Tailandia, el último iPad, la televisión de plasma de última generación, las tetas nuevas, el injerto de pelo, el bótox... Hace bien poco, el goce parecía un estado permanente e inmortal. Todo estaba a nuestro alcance. Otra cosa es qué estaba a nuestro alcance en la realidad.

Aquel goce permanente respondía a un vivir en el llamado, según la teoría freudiana, principio de placer, mecanismo psíquico en el que el sujeto responde a una situación de incremento de tensión de forma automática con una descarga, en la que no interviene ninguna producción ni trabajo: como haría el bebé que llora en busca del pecho de la madre. Como el propio Freud expone en su obra Más allá del principio de placer [6], se trata de «un modo de trabajo primario del aparato anímico, desde el comienzo mismo inutilizable, y aun peligroso en alto grado, para la autopreservación del organismo en medio de las dificultades del mundo exterior».

Cuando se nos concedían créditos e hipotecas sin filtros ni restricciones (¿lo ves, lo quieres, lo tienes?), cuando se fomentó alegre y perversamente el endeudamiento y cuando muchos caímos de cuatro patas en esta inercia mortal, no hacíamos sino adentrarnos en un maquiavélico principio de placer generalizado y homogéneo.[2]

Allí donde parecía que el estado del bienestar estaba en su apogeo, se empezaba a fraguar, precisamente, su derrumbe.

2.2. Cigarras moribundas

La fábula La cigarra y la hormiga, atribuida al autor griego Esopo [11] cuenta la historia de la hormiga trabajadora y previsora, en comparación con la actitud de la cigarra despreocupada y derrochadora, diríamos que instalada en el principio de placer. Precisamente, en la sociedad de la burbuja (inmobiliaria, bursátil, mediática...) nos convertimos todos en cigarras gozosas, primero, y moribundas, después.

El aparato psíquico oscila entre la pulsión sexual y la pulsión de muerte, y la vida es posible gracias a la mezcla de ambas. Si la pulsión sexual o de vida tiende a la unión y la pulsión de muerte, a la separación, podríamos concluir que allí donde creíamos estar aglutinando pulsión de vida (coches, casas, viajes...) estábamos poniendo las bases para la destrucción de nuestro proceso vital. Nos hallábamos ante un espejismo de pulsión de vida que, en realidad, ocultaba una pulsión de muerte cada vez más pura.

Dice Freud: «Las pulsiones orgánicas conservadoras (...) no pueden sino despertar la engañosa impresión de que aspiran al cambio y al progreso, cuando en verdad se empeñaban meramente por alcanzar una vieja meta a través de viejos y nuevos caminos (...). La meta de toda vida es la muerte» [6, p. 38]. Por lo que siempre quedará en el psiquismo un resto no ligado, no representado, que insistirá en el aplanamiento que supone el principio de placer. Investimos objetos vacíos de contenido, y lo hicimos sin que mediara trabajo ni elaboración (que levante la mano quien no pensó en ganar un montón de dinero jugando en Bolsa). Estábamos comprando casas y cavando nuestra propia tumba.

2.3. Pecadores (sin capital)

Lujuria. Gula. Avaricia. Pereza. Envidia. Soberbia. Ira.

Vivimos, en apariencia, en una sociedad laica, que se precia de llevar una existencia más allá del presuntamente desacreditado cristianismo. Sin embargo, en nuestra inmersión en el principio de placer descrita arriba, se observa un demoníaco paralelismo: una caída en los siete pecados capitales que, precisamente, denuncian los primeros textos cristianos. Pecados capitales de una sociedad capitalista. Ironía pura. O coherencia total.

2.3.1 Bebés de 40 años

Lo primero que nos pasó como sujetos es que no nos percatamos de que no teníamos que fiarnos de nuestros padres. De ninguno de ellos, aunque nos vinieran con los bolsillos llenos de dinero. Para explicarnos, necesitamos llevar la argumentación, momentáneamente, a un nivel cronológico de la evolución humana.

En el proceso natural de desarrollo del ser humano hay una primera etapa donde el niño, incapaz de valerse por sí mismo, necesita ser cuidado por el otro (función madre). Poco a poco, la autoridad (función padre) y las identificaciones van conformando un yo que, en el mejor de los casos, nos permitiría desenvolvernos como sujetos adultos.[3]

Sin embargo, la sociedad de la burbuja, del goce y del principio de placer nos dejó estancados, como bebés de 40 años. Sobreprotegidos (y, por lo tanto, idiotizados) por la fantasía de unos padres omnipotentes (llámese Estado, banca, capitalismo, etc.) que nos lo daban todo (en especial, créditos) asumimos alegremente quedarnos en pañales. Y, como cualquier infante, dimos rienda suelta a lo que Freud considera el «egoísmo irrestricto» del niño [8, p. 186]. Campo abierto para pecar... y esperar la penitencia.

Como buenos pequeños narcisistas, nos tiramos a los brazos de la orgía económica imperante. Lujuriosos, golosos y avaros, empezamos a comprar hasta reventar, a especular (¿quién no compró un piso para revenderlo después?). Porque, evidentemente, no podíamos soportar (pura envidia) que nuestro vecino tuviera algo que YO no tenía, atribuyéndole esa misma completud que el bebé experimenta con la madre (célula narcisista) [8, p. 85]. Total, en los bancos me ponían la alfombra roja y casi me echaban el dinero a la cara, con una sonrisa. Nunca me dijeron, los muy zafios, que tendría que devolverlo. Y nunca tomé consciencia, soberbio de mí, de que algún día me lo pedirían. Y con intereses. Tampoco me planteé, desde luego, que quizás aquel delirio de grandeza y placer no duraría para siempre.

Mal negocio. Sobre todo, si nos habíamos convertido en unos consumidores compulsivos de objetos, donde no hubo producción ni construcción de aquello que poseíamos. Obesos y embotados: perezosos. Una pereza que se rastrea hasta en los modelos en los que nos identificamos (antes y ahora). Valgan algunos penosos ejemplos de muestra: Belén Esteban (bautizada por la televisión como «la princesa del pueblo»), los videntes de la tele que salvan la vida en cinco minutos tras una llamada de 20 euros, Sálvame (incluso deluxe), Salsa Rosa, Mujeres, hombres y viceversa... Patético.

2.3.2. Sin Reyes Magos

Abúlicos, gordos y vagos en nuestro psiquismo, la noticia de que los Reyes Magos no existen nos cogió desprevenidos. Nos los habíamos creído, hasta que, al final, se acabó el delirio.

Los Reyes Magos son los padres; y, en esta versión 2.0 del cuento, unos padres postizos, fraudulentos y bastante más tóxicos que, cuando nos despertaron de la fantasía, no tuvieron ningún miramiento con nosotros. Engullidos por la burbuja, no habíamos sospechado de ellos y nos habíamos creído que todo era fácil, rápido y cómodo, apartando la vista ante una realidad que se fue imponiendo de forma imparable y progresiva. Ejemplos incómodos: la casa que creía tener pasa a ser del banco (eso sí, sigo pagándola), el trabajo para toda la vida se esfuma (en paralelo con los derechos)... y hasta la pareja me deja porque, ahora caigo, me quería por lo que tenía y no por lo que era.

El velo se ha caído. La ilusión se ha desvanecido. La burbuja se ha pinchado. ¿Y ahora, qué? Llegará la ira ante la estafa, como veremos más adelante. No sin antes pasar por un largo y doloroso proceso donde nos esperarán otros afectos: procesos de duelo, angustia, culpa, arrepentimiento, irresponsabilidad... ¿y crecimiento?

3. Sin placer

3.1. De la enajenación a la realidad

En marzo de 2010, el entonces presidente del gobierno español, José Luis Rodríguez Zapatero, defiende en el Parlamento una serie de medidas para reducir el déficit público, entre las que destaca la subida del IVA. Meses atrás, el 29 de abril de 2009, este mismo personaje había dicho: «Es probable que lo peor de la crisis financiera haya pasado ya». La contradicción (o diríamos, las mentiras) de los principales mandatarios nacionales e internacionales marca el tránsito del paso del principio de placer al principio de realidad. Una transición larga y compleja no exenta de una fuerte fase de negación, un mecanismo muy propio del psiquismo humano, y grávido en consecuencias.

Freud, en su texto Formulaciones sobre los dos principios del acaecer psíquico, dice que «toda neurosis tiene la consecuencia, y por tanto probablemente la tendencia, de expulsar al enfermo de la vida real, de enajenarlo de la realidad» [5 p . 223]. Como expusimos antes, la enajenación vivida en los últimos años había acabado. La fantasía había llegado a su fin. Había que empezar a salir de la alucinación y entrar en el principio de realidad que, según el mismo texto, requiere, entre otras cosas, de «una serie de adaptaciones del aparato psíquico»: un aplazamiento de la descarga provocada por la tensión (una postergación del placer) y la emergencia del «proceso de pensar». Es decir, un trabajo al que, desde luego, no estábamos acostumbrados.

Sin embargo, el paso del principio de placer al principio de realidad no es rápido, ni gratuito ni indoloro. Las consecuencias que se empezaron a pagar, y que seguimos pagando, son múltiples y complejas. Abordaremos las que, para los autores de este texto, son las más representativas.

3.2. La sociedad en pañales y la rana hervida

La fachada de oro se cayó y, con ella, los referentes que nos habían inoculado. Los padres protectores y omniscientes que habían surgido en los años precedentes (llámese Bolsa, especulación inmobiliaria, etc.)[4] nos abandonaron. Cierto es que no eran los padres más aconsejables, pero eran aquéllos a los que nos habíamos habituado y que, con nuestro consentimiento, nos habían malcriado.

El sujeto se encuentra, de repente, como un niño desamparado. Sigue llorando, pero ya no encuentra la teta de la madre. La sociedad infantilizada gestada en los años precedentes sufre su primera consecuencia: la parálisis. Si el niño, en su fase de crecimiento psíquico, tiene que recurrir al juego para pasar de ser pasivo a activo y elaborar su angustia ante la separación de la madre,[5] la sociedad ¿moderna? Todavía se encontraba en una posición más dificultosa: ni siquiera era consciente de su situación y, lo que es peor, se creía adulta.

La coyuntura en la que los grandes poderes sedujeron a la sociedad en los mal llamados años de la bonanza económica sería equiparable a la parábola de la rana hervida.[6] Cuando una rana se echa en un caldero de agua fría y, poco a poco, se sube la temperatura del agua, se queda inerme en el interior hasta que muere. Si, por el contrario, se la arroja con el agua hirviendo, salta al instante, huye, y no la volvemos a ver más.[7]

Convertidos en ranas hervidas e infantilizados, golpear nuestro narcisismo no parecía demasiado complicado. La libido que invistió objetos imaginarios creó un yo tan inflamado (delirio de grandeza) como fatuo. Hablamos, por ejemplo, de la libido que invistió una acción en Bolsa de la compañía tecnológica Terra, cuya cotización pasó de los 157,65 a los 3,04 euros[8] y dejó en la ruina a miles de pequeños inversores. O de la que había comprado una casa con el propósito de revenderla, por el doble de dinero, en un año. ¿Quién podía apropiarse de ese presunto hogar y amarlo?[9]

3.3. La prima de riesgo y ¿la neurosis traumática?

«España, país de riesgo para invertir: la prima supera los 610 puntos y la Bolsa se desploma un 5,8 por ciento». El titular, recogido en la edición digital del diario El Mundo del 20 de julio de 2012, es paradigmático del bombardeo inmisericorde a que hemos sido sometidos por los medios de comunicación (nos atreveríamos a decir que cada vez mucho menos libres e independientes).

La prima de riesgo, el rescate, el déficit, la subida de los impuestos, el paro, los ERE, los desahucios, las preferentes, los recortes en sanidad y educación... Y un categórico «esto es lo que hay» ante cualquier intento de plantear una alternativa. ¿Quién da más? O, mejor dicho, ¿quién da menos?

En esta coyuntura nos convertimos en carne de cañón para la siguiente vuelta de tuerca: la rotura de lo que Freud califica como la protección antiestímulo, que es aquel mecanismo que permite regular las entradas de excitación que se producen en el aparato psíquico [6].

Ante semejante acopio y multiplicación de titulares catastróficos y apocalípticos, acompañados por una realidad ya innegable, se produjo, sostenemos, con esta rotura, una neurosis traumática: «Llamemos traumáticas a las excitaciones externas que poseen fuerza suficiente para perforar la protección antiestímulo... Un suceso como el trauma externo provocará, sin ninguna duda, una perturbación enorme en la economía energética del organismo y pondrá en acción todos los medios de defensa» [6, p. 29]. No nos pusieron una bomba al lado de casa, pero nos lanzan un cóctel molotov a la cabeza cada día, durante años, a base de frases de desesperanza.

La autopista hacia la angustia y el sentimiento de culpa queda, así, despejada.

3.4. Viejas compañeras: la angustia y la culpa

Mal que nos pese, aunque siempre lo reconozcamos en los otros y casi nunca en uno mismo, la angustia y la culpa son dos de nuestras compañeras de viaje inseparables. Las dos lo tuvieron muy fácil para apoderarse de nuestro psiquismo en medio de este marasmo.[10]

3.4.1. Cuando todo tiembla

Freud plantea, en diversos pasajes de su obra, el concepto de «apronte angustiado», como aquel proceso que nos permite responder a una señal y adaptarnos a una situación de peligro [6, p. 76]. Sin embargo, cuando el sujeto no encuentra una respuesta adecuada al fin, la angustia se convierte en un «estado afectivo paralizante».

En la actual coyuntura, parece complicado rechazar la hipótesis de que se ha traspasado el apronte angustiado y que la angustia, cruda y descarnada, se ha instalado a todos los niveles.[11] Los índices de suicidio, sin ir más lejos, se han disparado en los últimos años en España, coincidiendo con la crisis económica, sin que nadie haya investigado una posible causalidad. Además, son silenciados por los mismos medios que hablan de primas de riesgo y otras lindezas .

El apronte ha dejado paso a la angustia «neurótica», a una angustia «expectante», «libremente flotante», dispuesta a «enlazarse de manera pasajera con cada nueva posibilidad que emerja». Es decir, con cada nuevo titular periodístico, ERE o caída de la Bolsa con que se nos 'obsequia' diariamente. También podríamos referirnos a una angustia ligada a «determinados contenidos de representación»: las fobias. Quizás el giro resulte algo arriesgado, pero ¿cuántas personas han desistido y dejado de leer periódicos o ver los informativos ante el vendaval emocional que se les echaba encima? Algo peor que eso es, desde luego, cuando ello se reemplaza, además, con el consumo de telebasura o el uso indiscriminado de gadgets tecnológicos en el metro, bar, restaurante... La fantasía inconsciente de que ello nos puede salvar de la angustia no es más que eso: una fantasía.

Instalada en nuestra afectividad, llegaría el momento de replantear el título que da lugar a este texto de un modo más acorde a la realidad actual: La angustia, ¿la ves, la quieres, la tienes?

3.4.2. El dedo acusador

El 5 de octubre de 2012, el presidente del presuntamente progresista periódico El País, Juan Luis Cebrián, anunciaba un Expediente de Regulación de Empleo (ERE) y lanzaba: «No podemos seguir viviendo tan bien». Desde que los grandes poderes empezaron a recalentar el ambiente social y económico con el estallido de la crisis, la generación de culpa ha sido una constante, un permanente goteo que fue calando entre una población desarticulada y sin tejido asociativo (salvo que formar parte de la etérea comunidad de Facebook signifique algún tipo de asociacionismo).

El yo de un individuo se forma a partir de una identificación primordial con las figuras de la madre y del padre y, posteriormente, con todas aquellas figuras que ejercen una autoridad sobre él (maestros, tutores...). Si, a nivel inconsciente, cualquier autoridad (incluso los hoy denostados políticos) es una sedimentación de las figuras primigenias, frases del estilo «hemos vivido por encima de nuestras posibilidades», «hemos gastado más de lo que teníamos», generaron una sensación de culpa que se sitúa más allá de lo consciente.[12]

Los poderes golpearon, con dedo acusador, nuestra conciencia moral para generar una culpa que les ha permitido, en los últimos años, adoptar una serie de medidas impopulares que en otras circunstancias les hubiera sido muy complicado ejecutar. El sadismo de un poder casi ilimitado se cebó en una población que se dejó hacer como un buen masoquista, quizás recluyéndose en el beneficio secundario de la enfermedad («pobre de mí, no puedo hacer nada»).

El sujeto, todavía un niño grande, creyó hasta hace muy poco que ese Padre Omnisciente volvería para devolvernos al irrestricto desgobierno del ello pulsional. Así se entendería, por ejemplo, que el actual presidente del gobierno español, Mariano Rajoy, subiera al poder tras una campaña en la que prometió «bajar los impuestos». Es decir, tras prometer devolvernos al principio de placer. Sería cómico, si no fuera dramático.

3.4.3. Estalló la ira

Sólo a base de la falacia cada vez menos disimulada y al castigo permanente al individuo, la sociedad empezó a cuestionar esa culpa y a proyectarla, precisamente, en los poderes políticos y económicos. «No es una crisis, es una estafa», es una frase escuchada de forma reiterada en los últimos meses. O sea, la culpa no es mía, sino suya. O sea, la culpa (más allá de lo que ocurra a nivel inconsciente) ha sido trasladada hacia ese tercero que nos ha engañado, llámese gobierno, Banco Central Europeo, Angela Merkel, Fondo Monetario Internacional o Comunidad Económica. Hay donde elegir.

Mezclamos, pues, un sentimiento inconsciente de culpa inyectado por las élites político-económicas[13] a una culpabilización, precisamente, de aquella autoridad (casi como si se tratara de un superyó social) a la cual, a base de agravios, hemos dejado de creer.

Estalló, al fin, la ira, la rebelión, el pecado capital que nos faltaba. El ciudadano (más allá de que la culpa inconsciente siga pulsando en él de forma muda) empieza a rebelarse contra su propia sumisión, nacida de la creencia (inoculada como un virus) de que había que pagar una falta, real o ficticia.[14]

En todo caso, el terreno ya está abonado para la confusión final: el individuo se debate entre su culpa inconsciente y su rebelión consciente y, de paso, ha interiorizado aquellas frases que, tan ladinamente, se diseminaron desde los púlpitos del poder: «Esto es lo que hay». Quizás, lo que haya es, después de todo, enfermedad y neurosis.

3.4.4. ¿Hay esperanza? ¿Rebelión adolescente o cambio de paradigma?

En qué punto del túnel estamos es un interrogante irresoluble. Enfangados en el lodazal de la culpa inconsciente, de la culpabilización del otro, del sálvese quien pueda, la angustia y el miedo que cada sujeto siente según su subjetividad, ¿es posible encontrar motivos para la esperanza?

Los incipientes movimientos sociales como el 15M, las crecientes manifestaciones de descontento popular,[15] los intentos de buscar fórmulas alternativas (como los mercados de trueque o las redes de apoyo social como la plataforma contra los desahucios), ¿es suficiente para pensar que la sociedad está saliendo de su letargo, de su anestesia, en definitiva, de su irresponsabilidad? ¿Quién se atreve a dar una respuesta?

Si estamos ante una simple rebelión colectiva que no pasaría de ser, simbólicamente, la pataleta del niño/adolescente ante los padres o, por el contrario, si nos encontramos en los albores de una manera nueva de enfrentarse al mundo, es la gran incógnita.

Sea lo que sea, seguramente, la respuesta, si hay una, tardará en despejarse. Mientras, quizás, sería bueno recordar que, ante las frustraciones (aunque, en este caso, no sean genitales) de la existencia, hay salidas. Una, como tanto subrayó Freud en muchos pasajes de su obra, la sublimación. Es decir, la capacidad de transformar la pulsión sexual insatisfecha hacia metas culturales y sociales productivas que aporten valores al sujeto y a la sociedad de la que forma parte y, quizás, ¿por qué no?, empiecen a esbozar referentes a los que sí valga la pena investir.[16]

4. Cambio de ví(d)a

Nos gustaría concluir planteando algunas posibles alternativas, para poder pensar de un modo distinto. Algunas de ellas, muy edificantes, las hemos hallado en la obra ¿Tener o ser?, del psicólogo social y psicoanalista Erich Fromm (1957). En sus páginas, Fromm desarrolla la diferencia entre dos conceptos de vida: el que se basa en el tener y el que se fundamenta en el ser. Escrito hace más de medio siglo, el libro no pierde actualidad. Al contrario, la mayoría de sus reflexiones encajan perfectamente en el escenario de hoy en día.

Ejemplo: «Si yo soy lo que tengo, y lo que tengo se pierde, entonces ¿quién soy? Nadie, sino un testimonio frustrado, contradictorio, patético, de una falsa manera de vivir». Esa falsa manera de vivir, representativa del modo de vida del tener, está encadenada a la codicia, la alienación y, en definitiva, al vacío. Fromm denunciaba, ya entonces, el uso artificial y robótico del lenguaje, en el que un sujeto no dice «estoy preocupado», sino «TENGO una preocupación». Por tener, que no falte.

En una mirada casi clarividente de un futuro poco prometedor, Fromm denunciaba que el capitalismo estaba fomentando una sociedad basada en una gran maquinaria burocrática («gigantes administrados centralmente y desde arriba»). Es decir, planteaba un individuo desvalido y absorbido ante un poder omnipotente. ¿Nos recuerda a algo?

Ante semejante panorama, el autor plantea la necesidad de iniciar un proceso de transformación hacia el ser. Pero, ¿qué es vivir en el ser? Es el cambio de «volverse esclavo de las posesiones» y renunciar al egocentrismo, a ser productivo desde un punto de vista emocional porque, al fin y al cabo, por mucho que nos duela, tener mucho no nos va a librar de la muerte.

Seamos, pues; es decir, aceptemos la «necesidad de relacionarse, interesarse, amar, solidarizarse con el mundo que nos rodea». Más: «Aceptar el hecho de que nadie ni nada exterior al individuo le da significado a su vida» y «desprenderse del narcisismo y aceptar las trágicas limitaciones inherentes a la existencia humana». Parece, y es, terriblemente complejo, pero es posible que todo empiece por ser conscientes de que uno es a través del otro. Que no es posible el crecimiento sin el otro, que el crecimiento del otro es mi crecimiento y, por qué no, la única manera de no morir del todo. El camino opuesto, ya sabemos adónde lleva.

Llegados a este punto, la pregunta se hace evidente. Si vivir en el tener es tan tóxico y hacerlo en el ser resulta la única alternativa, ¿por qué nos cuesta tanto realizar este cambio? ¿Por qué no nos desembarazamos del principio de placer? Tomamos prestadas, de nuevo, las palabras de Fromm: «La mayoría encuentra demasiado difícil renunciar a la orientación de tener; todo intento de hacerlo les produce una inmensa angustia, y sienten que renunciar a toda seguridad es como si los arrojaran al océano y no supieran nadar».

Ya va siendo hora de que empecemos a bracear por nosotros mismos.

Barcelona, abril de 2013

Referencias

[1] Sigmund Freud. «Angustia y vida pulsional». En Sigmund Freud Obras Completas, vol. xxii: Nuevas conferencias de introducción al psicoanálisis, y otras obras. Buenos Aires: Amorrortu, 1986.
[2] Sigmund Freud. «El malestar en la cultura». En Sigmund Freud Obras Completas, vol. xxi: El porvenir de una ilusión, El malestar en la cultura, y otras obras. Buenos Aires: Amorrortu, 1986.
[3] Sigmund Freud. El yo y el ello. En Sigmund Freud Obras Completas, vol. xix. Buenos Aires: Amorrortu, 1984.
[4] Sigmund Freud. «Introducción del narcisismo». En Sigmund Freud Obras Completas, vol. xiv: Trabajos sobre metapsicología, y otras obras, «Contribución a la historia del movimiento psicoanalítico. Buenos Aires: Amorrortu, 1984.
[5] Sigmund Freud. «Formulaciones sobre los dos principios del acaecer psíquico». En Sigmund Freud Obras Completas, vol. xii: Trabajos sobre técnica psicoanalítica, y otras obras, «Sobre un caso de paranoia descrito autobio-gráficamente (Caso Schreber)». Buenos Aires: Amorrortu, 1984.
[6] Sigmund Freud. «Más allá del principio de placer». En Sigmund Freud Obras Completas, vol. xviii: Más allá del principio de placer, Psicología de las masas y análisis del yo, y otras obras. Buenos Aires: Amorrortu, 1984.
[7] Sigmund Freud. «Psicología de las masas y análisis del yo». En Sigmund Freud Obras Completas, vol. xviii: Más allá del principio de placer, Psicología de las masas y análisis del yo, y otras obras. Buenos Aires: Amorrortu, 1984.
[8] Sigmund Freud. «Rasgos arcaicos e infantilismo del sueño». En Sigmund Freud Obras Completas, vol. xv: Conferencias de introducción al psicoanálisis.. Buenos Aires: Amorrortu, 1984.
[9] Erich Fromm. ¿Tener o ser?. Barcelona: Paidós Studio, 2007.
[10] Peter Senge. La quinta disciplina. Barcelona: Granica, 1995.
[11] VV.AA. Las mejores fábulas.. Madrid: Edimat, 1984.
[12] Old Kaos. Crisis: el suicidio ya es la primera causa de muerte violenta en España. Kaosenlared, 2012.
[13] Jean Laplanche, Jean-Bertran Pontalis. Diccionario de psicoanálisis. Barcelona: Paidós, 2004.
[14] Friedrich Nietzsche. Genealogía de la moral: un escritor polémico. Madrid: Alianza Editorial, 2011.


Notas

1  Eslogan de la campaña publicitaria de la extinta Caixa de Catalunya al anunciar una tarjeta de crédito para jóvenes. 
2 Según el Instituto Nacional de Estadística ine, en 2012 sólo se concedieron 274.715 préstamos, un 32,7% menos que en 2011. Cifra a años luz del millón largo de 2005 y 2006. 
3 «Sólo se discierne que la identificación aspira a configurar el yo propio a semejanza del otro, tomando como modelo» [7, p. 100]. 
4 Según datos del Ministerio de Fomento, el precio de la vivienda en España se más que duplicó entre los años 2000 y 2008, cuando alcanzó su techo. 
5 Tal como señala Freud en Más allá del principio de placer en el juego del «fort-da» [6].  
6 Peter Senge relata esta denominada parábola de la rana hervida en su libro La quinta disciplina [10]. 
7 Según Eurostat, el recibo de la luz en España subió más del 70 por ciento en seis años. ¿Hubiéramos permitido una subida semejante de una sola vez? Esperemos que no estemos tan hervidos como para pensar que sí. 
8 Con la despedida bursátil de Terra, que hoy fijó su último precio en 3,04 euros —después de haber alcanzado los 157,65 euros en el 2000—, desaparece envuelto en la polémica el representante más genuino de los valores españoles de la «nueva economía». Agencia EFE, 15 de julio de 2005. 
9 «La percepción de la impotencia, de la propia incapacidad para amar a consecuencia de perturbaciones anímicas o corporales, tiene un efecto muy deprimente sobre el sentimiento de sí» [4, p. 95]. 
10 Según el diario La Razón en su edición digital (marzo 2013), el consumo de antidepresivos en España se ha triplicado en diez años. 
11 Según datos publicados en la revista Atención primaria (julio 2009), en España, el 24% de las mujeres toma antidepresivos y más del 30% tranquilizantes. 
12 «La tensión entre las exigencias de la conciencia moral y las operaciones del yo es sentida como sentimiento de culpa» [3, p. 39]. 
13 «De modo que conocemos dos orígenes del sentimiento de culpa: uno es la angustia ante la autoridad; el otro, posterior, es la angustia ante el superyó» [2, p. 123]. 
14 Según Nietzsche, en su obra Genealogía de la moral [14], el concepto de culpa procede del concepto de «tener deuda». Con los bancos, desde luego, muchos adquirieron deudas, y de las grandes. 
15 Europapress: el primer año de Gobierno de Rajoy hubo más de 36.000 manifestaciones y concentraciones. 
16Diccionario de psicoanálisis [13]. Sublimación: Freud recurre al concepto de sublimación con el fin de explicar, desde un punto de vista económico y dinámico, ciertos tipos de actividades sostenidas por un deseo que no apunta, en forma manifiesta, hacia un fin sexual: por ejemplo, creación artística, investigación intelectual y, en general, actividades a las cuales una determinada sociedad concede gran valor. 

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