Blog de Josep Maria Blasco


El sacrificio de los genios


Publicado el 2 de febrero de 2014.
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El artículo es interesante, pero es un poco normocéntrico: juzga a los genios como desde la barrera, con lo que no parece entender muy bien su psicología “desde dentro”.

En particular, y centrándome en el punto 4:

La supuesta «soledad» de los genios (que cada día comprendo mejor): el hecho es que la mayoría de la gente sólo sabe hablar:

  1. De su condición animal, en particular,

    1. de su procedencia reproductiva (sus padres y ancestros en general, incluidos los políticos); de sus elecciones reproductivas o sentimentales (sus parejas, ex-parejas, amantes, amores imposibles, etc); de su descendencia reproductiva (sus hijos, nietos, sobrinos, etc) y,
    2. especialmente a edades avanzadas, de su salud (achaques, enfermedades crónicas, etc).
  2. Del campo de especialización, generalmente estrecho, al que están dedicados.
  3. De las noticias, siempre manipuladas y deformadas, de los periódicos, la televisión, la internet, etc, con lo que se convierten en altavoces de intereses que no son los suyos y por eso mismo les alienan.
  4. Cuando los sacas de aquí, la mayoría responden desde el prejuicio (por ejemplo, el llamado «sentido común»).

Mi impresión es que lo que se percibe como una cierta misantropía (Freud, en una entrevista, decía que le caían mejor los perros que las personas) no es vivido como una desgracia, sino como una liberación. Por ejemplo: nunca he creido en tener «muchos amigos». Amigos de verdad no se pueden tener más de tres o cuatro, como mucho (Aristóteles ya advertía de esto); lo demás son conocidos y relaciones sociales de tipos variados, lo que puede estar muy bien y ser conveniente, pero no son, estrictamente hablando, «amigos». Dejarse de tonterías y de perder el tiempo con los «amigos» que no lo son es el primer paso para poder focalizar la energía en lo que a uno realmente le interesa y le hace realmente eficaz a nivel social, incrementando lo que Spinoza denominaba la fuerza de existir y la potencia de actuar, y por tanto la felicidad del sujeto.

Y ahí se le ve el plumero normocéntrico al articulista: para él, estar todo el día pensando en su obra sería «un sacrificio» — debe pensar que existe una división entre lo que se llama «el trabajo» y otra cosa que sería «la vida privada». Esto es una manera de pensar, muy común y desde luego respetable, pero que no es la única, y además está histórica e ideológicamente condicionada. No creo que ninguno de los genios citados viviese su entrega como un «sacrificio».

Lo mismo sería aplicable al supuesto «ascetismo»: habría que preguntarle primero al pretendido «asceta» qué piensa de eso; lo más probable es que piense que se ha liberado de una carga inútil y que es mucho más feliz que antes y que los demás. Este es el punto de vista que echo de menos en el artículo, que en esto, y no solamente en esto, es poco profundo.

Josep Maria


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