Blog de Josep Maria Blasco


Qué hacemos en Prácticas


Publicado el 3 de marzo de 2015.
Etiquetas:        

Hola Ana,

Sin responder punto por punto a tu cuestionario, voy a contarte lo que hacemos en el Espacio Psicoanalítico de Barcelona para formar formadores. El problema con el que nos encontramos es el que describís tanto tú como el artículo de Ara: por mucho que hayan cursado una carrera y varios masters, la mayoría de las personas se expresan fatal, escriben todavía peor, no saben comunicarse en público, y además su precisión conceptual oscila entre lo erróneo y la inexistencia.

Me centro: formamos psicoanalistas, y un psicoanalista, para ganarse la vida, tiene que poder dar charlas, conferencias, clases, etc., y que sean chulas, que transmitan, que la gente vibre. Si no, ¿quién va a querer analizarse con él? A nadie se le ocurriría confiarle sus cosas más íntimas y un montón de tiempo y dinero a alguien que se expresa mal (bueno, sí, eso pasa cuando uno está muy apurado y no sabe a dónde acudir, pero no tendría que pasar).

Las personas que nos llegan son, en su mayoría, licenciados en Psicología. Quiere decir que han hecho casi todos los exámenes por el método de multiple choice, y por tanto ni siquiera está garantizado que sepan escribir. Debería ser escandaloso, pero es así: la mayoría de los licenciados universitarios son analfabetos funcionales.

¿En qué lo detectamos? De más grave a menos grave (y de menos a más complicado de remediar):

Errores groseros que el sistema educativo tendría que detectar (y antes detectaba) sobre los 10 años:

  • Errores ortográficos.
  • Errores de concordancia (esto es muy frecuente: sujeto en plural y verbo en singular, masculino y femenino, y cosas así).
  • Uso demencial de las preposiciones (uno se figura que tienen dos sacos al lado del teclado: uno de pipas, y otro de preposiciones: comen pipas, y van tirando preposiciones: «pensar con» en ver de «pensar en», cosas así).
  • Errores de puntuación (como la manía de separar el sujeto del resto de la frase con una coma: «Juan, comió perdices»).
  • Errores de presentación. Esto tampoco se lo enseñan ni se lo valoran ni evalúan en ningún sitio: margenes ridículamente pequeños, escritos sin firma o sin fecha, uso de fuentes demasiado pequeñas o grandes, puntos y aparte sin linea en blanco ni sangrado, etc.

Superado esto, que suele llevar algún tiempo, nos encontramos con el siguiente problema: ya no cometen esos errores, pero las frases no tienen mucho sentido. Esto en general se corregía antes sobre los 12-14 años.

  • Cambios de modo verbal inmotivados (pasar de subjuntivo a presente, o de pretérito a futuro, etc).
  • Confusión del sujeto de la frase (no es lo mismo aseverar «X» que escribir «Pienso que X» o que decir «Freud afirma que X»).
  • Graves dificultades para resumir, y por tanto para discriminar lo importante de lo no importante.
  • En la misma linea, graves dificultades para determinar cuales son los puntos argumentales centrales.

Después de trabajar estos puntos, nos metemos ya con el contenido (antes no se podía, porque la forma distraía demasiado). Esto, antes, se trabajaba habitualmente entre los 14 y los 16 años.

  • Dificultades para determinar la estructura argumentativa.
  • Uso de argumentos incorrectos (falacias), o, más simplemente, elección aparentemente arbitraria de conectivas lógicas («X puesto que Y» cuando o bien X e Y no tienen nada que ver o bien la conectiva es otra, como «X pero no Y» o «X siempre que Y»).
  • Elección inmotivada de sinónimos, como si la repetición de una misma palabra estuviese siempre mal a priori y no pudiese responder, por ejemplo, a un remachado conceptual.

A partir de aquí nos empezamos a meter con los modos de expresión (de esto, en general, el sistema educativo no se encarga):

  • Aprender a leer sin que sea un auténtico muermo: entonar bien, mirar al público, jugar inteligentemente con las cesuras, la entonación y los énfasis.
  • Aprender a respirar. Sin respirar bien es absolutamente imposible comunicar correctamente.
  • El lenguaje corporal. No se dan clases jorobado, ni cerrado, ni cruzado de piernas. La gesticulación.

Todo esto lo trabajamos en un espacio formativo que llamamos «prácticas» para los amigos y, más formalmente, «Grupo de prácticas de docencia y coordinación de grupos». Los integrantes del grupo de prácticas preparan las clases que se les asignan, y las imparten ante sus propios compañeros. Es una especie de role playing: el profesor da la clase, y los demás escuchan, intervienen, preguntan, etc. La coordinadora observa todo el proceso y lo valora críticamente. Después se trabaja en grupo durante unos 30 minutos, alrededor de una mesa, y cada integrante aporta sus impresiones, sensaciones, vivencias, opiniones, valoraciones y críticas. A veces usamos la figura del observador (sacada de la teoría de grupo operativo), un estudiante que no interviene, sino que toma nota de todo el proceso y prepara, después, a partir de esas notas, un relato más o menos psicoanalítico de lo que sucedió en la reunión.

Los alumnos suelen pasar por ese grupo una media de cinco años, con reuniones semanales de 75 minutos. A través de los años hemos conseguido varios buenos profesores.

Algunas observaciones finales:

  • El nivel de exigencia del sistema educativo ha caído en picado en los últimos años. A escribir sin faltas tendrían que enseñar en el colegio, y a escribir cosas que tengan sentido, también.
  • La gente de formaciones «duras» (como matemáticas, física, química, filosofía) escribe mucho mejor, probablemente porque se ven obligados a manejar lenguajes abstractos en los que una sola letra mal (una palabra mal, en el caso de la filosofía) invalida todo el ejercicio.
  • Saber lógica ayuda mucho. Habría que enseñarla en serio en el colegio.
  • Nada puede substituir a haber leído mucho. Leído cosas buenas, claro. Mucha gente universitaria no ha leído en su vida, o sólo han leído malos best-sellers.
  • Las prácticas corporales ayudan mucho: la gente que ha hecho canto, o expresión corporal, o bio-danza, o terapia gestáltica, o psicodrama, suelen haber adquirido una soltura a la que es complicado aspirar de otro modo. Una cierta medida de trabajo corporal parece imprescindible.
  • Estar lo mejor posible de la cabeza también ayuda mucho. Una buena exposición moviliza a la totalidad de la persona: su pensamiento, su expresión, su cuerpo, su respiración. Algunas «inseguridades» y «vergüenzas» se deben a la falta de práctica, pero otras responden a motivaciones más profundas. A medida que la gente se va curando, suelen expresarse mejor.

O sea que es muy, pero que muy complicado. «Imposible», se ha dicho de gobernar y de educar; debe ser que formar formadores es imposible al cuadrado. Así nos va, en general: bustos parlantes monocordes (eso sí, se supone que muy sexys) presentando en televisión, políticos que dormirían a las piedras, profesores pésimos. Transmitir implica una de las formas más comprometidas de expresión vital; el auditorio lo pesca todo, aunque no pueda dar cuenta de ello: las neuras del que habla, sus rigideces de carácter, su enraizamiento en la cultura (o la falta de ella), su deseo profundo de llegar al otro, de afectarlo, de tocarlo. Por eso un buen orador en serio es tan raro de ver.

Josep Maria


Copyright © EPBCN, 1996-2024.