Publicado el 3 de marzo de 2015.
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Hola Ana,
Sin responder punto por punto a tu cuestionario, voy a contarte lo que hacemos en el Espacio Psicoanalítico de Barcelona para formar formadores. El problema con el que nos encontramos es el que describís tanto tú como el artículo de Ara: por mucho que hayan cursado una carrera y varios masters, la mayoría de las personas se expresan fatal, escriben todavía peor, no saben comunicarse en público, y además su precisión conceptual oscila entre lo erróneo y la inexistencia.
Me centro: formamos psicoanalistas, y un psicoanalista, para ganarse la vida, tiene que poder dar charlas, conferencias, clases, etc., y que sean chulas, que transmitan, que la gente vibre. Si no, ¿quién va a querer analizarse con él? A nadie se le ocurriría confiarle sus cosas más íntimas y un montón de tiempo y dinero a alguien que se expresa mal (bueno, sí, eso pasa cuando uno está muy apurado y no sabe a dónde acudir, pero no tendría que pasar).
Las personas que nos llegan son, en su mayoría, licenciados en Psicología. Quiere decir que han hecho casi todos los exámenes por el método de multiple choice, y por tanto ni siquiera está garantizado que sepan escribir. Debería ser escandaloso, pero es así: la mayoría de los licenciados universitarios son analfabetos funcionales.
¿En qué lo detectamos? De más grave a menos grave (y de menos a más complicado de remediar):
Errores groseros que el sistema educativo tendría que detectar (y antes detectaba) sobre los 10 años:
Superado esto, que suele llevar algún tiempo, nos encontramos con el siguiente problema: ya no cometen esos errores, pero las frases no tienen mucho sentido. Esto en general se corregía antes sobre los 12-14 años.
Después de trabajar estos puntos, nos metemos ya con el contenido (antes no se podía, porque la forma distraía demasiado). Esto, antes, se trabajaba habitualmente entre los 14 y los 16 años.
A partir de aquí nos empezamos a meter con los modos de expresión (de esto, en general, el sistema educativo no se encarga):
Todo esto lo trabajamos en un espacio formativo que llamamos «prácticas» para los amigos y, más formalmente, «Grupo de prácticas de docencia y coordinación de grupos». Los integrantes del grupo de prácticas preparan las clases que se les asignan, y las imparten ante sus propios compañeros. Es una especie de role playing: el profesor da la clase, y los demás escuchan, intervienen, preguntan, etc. La coordinadora observa todo el proceso y lo valora críticamente. Después se trabaja en grupo durante unos 30 minutos, alrededor de una mesa, y cada integrante aporta sus impresiones, sensaciones, vivencias, opiniones, valoraciones y críticas. A veces usamos la figura del observador (sacada de la teoría de grupo operativo), un estudiante que no interviene, sino que toma nota de todo el proceso y prepara, después, a partir de esas notas, un relato más o menos psicoanalítico de lo que sucedió en la reunión.
Los alumnos suelen pasar por ese grupo una media de cinco años, con reuniones semanales de 75 minutos. A través de los años hemos conseguido varios buenos profesores.
Algunas observaciones finales:
O sea que es muy, pero que muy complicado. «Imposible», se ha dicho de gobernar y de educar; debe ser que formar formadores es imposible al cuadrado. Así nos va, en general: bustos parlantes monocordes (eso sí, se supone que muy sexys) presentando en televisión, políticos que dormirían a las piedras, profesores pésimos. Transmitir implica una de las formas más comprometidas de expresión vital; el auditorio lo pesca todo, aunque no pueda dar cuenta de ello: las neuras del que habla, sus rigideces de carácter, su enraizamiento en la cultura (o la falta de ella), su deseo profundo de llegar al otro, de afectarlo, de tocarlo. Por eso un buen orador en serio es tan raro de ver.
Josep Maria