Blog de Josep Maria Blasco


Sobre el escepticismo (diálogo con un opositor abstracto)


Publicado el 17 de febrero de 2017.
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[Contribución a una discusión muy animada sobre el Reiki].


Escepticismo: «Desconfianza o duda de la verdad o eficacia de algo», según la RAE (la vertiente filosófica según la cual la verdad no existe o es inalcanzable no parece ser lo que está en juego).

Lo contrario del escepticismo es la credulidad.

¿Es correcto, entonces, tildar a alguien que practica Reiki de «crédulo», como opuesto a «escéptico»?

No es tan sencillo como parece. Depende.

Desde el punto de vista de la verdad

Es perfectamente posible practicar Reiki sin creer todas las teorías sobre el Reiki. Uno puede ser escéptico en cuanto a las teorías del Reiki y practicar Reiki, por ejemplo porque le gusta o le sienta bien.

Yo mismo aprendí yoga así. Tenía un profesor de yoga muy culto, hiper-crítico y francamente escéptico (sí, sé que no es lo más habitual, pero haberlos haylos; también es verdad que tuve mucha suerte; y que, siendo como soy, si él no hubiese sido como era, no hubiese seguido con él).

Un error grave:

El de pensar que porque alguien practica Reiki, Yoga, etcétera, obligatoriamente cree una serie de tonterías. No es una conclusión que se siga necesariamente de esa práctica: puede ser que el practicante crea tonterías, o que no crea ninguna tontería. Hay que preguntarle primero qué cree.

¿Verdad?

Desde el punto de vista de la eficacia

Un opositor al Reiki alegará, quizá, que éste opera mediante la sugestión. Puede ser. Al practicante escéptico le da igual cómo opera, lo que le importa es que le funcione.

Incidentalmente, quizá haya que explicitar que el problema de por qué funciona algo no es equivalente al problema de si a uno le vale la pena o no practicar ese algo. Si para poder usar un móvil tuviésemos que saber cómo funciona no quedaría casi nadie con teléfono en todo el planeta.

Un opositor más radical dirá, quizá, que lo que sucede es que el Reiki «no sirve para nada». Pero esto contradice la evidencia: hay gente a los que les sirve: les calma, les tranquiliza, les relaja, se sienten mejor, duermen mejor, se llevan mejor con su familia... Quizá por «sugestión», quizá por «la ceremonia». ¿Qué más da? Si se encuentran mejor o son mejores personas, estupendo para ellos. Les sirve para eso.

«Oh, claro», dirá nuestro opositor, «pero es que si se usa como terapia cuando se necesita otra cosa puede ser peligroso». Ahí no tengo nada que objetar, estoy completamente de acuerdo. No se arregla un brazo roto exclusivamente con Reiki, eso está claro. Pero también está claro que mucha gente que lo usa juiciosamente (es decir, no intenta que le cure el brazo roto) le saca un beneficio.

«Eso sienten ellos», se me objetará, «pero podrían haber sacado el mismo beneficio haciendo otra cosa». Quizá, pero ¿cual es esa «otra cosa»? ¿Cual es la contrapartida, aceptable para nuestro opositor, que sustituiría con ventaja al Reiki, para esas personas? Sobre eso no se nos dice nada. Concluimos que es nuestro opositor, aquí, el que manifiesta, sin darse cuenta, una creencia.

¿Realmente, tener una posición escéptica nos obliga a no practicar Reiki?

Me permito ser escéptico con respecto a esa afirmación. Puesto que ya hemos determinado que no es necesario creer ninguna tontería y que cada uno sabrá para qué le sirve, pues es una cuestión personal, no se entiende bien el encono de nuestro opositor.

¿Por qué hablo de «encono»? Porque usa expresiones muy fuertes: «no existe», «no sirve para nada», «es una pseudociencia», «es una falsa terapia» y, en algunos casos, llega directamente a la grosería y a la mala educación («falta de cordura», etc).

¿De dónde viene tanta pasión? A fin de cuentas, cómo pasan su tiempo los demás no debería importarle mucho a nadie. O, si se trata de alguien más cercano, lo más lógico sería preguntarle primero por qué practica eso, qué significación le da, etcétera.

Hay algo de represión en juego, ciertamente: que A. haya confiado que hay tres personas en este foro que son maestros de Reiki pero no quieren dar la cara es para avergonzarse. A mí me da vergüenza. No es bueno. Quiere decir que temen una persecución.

¿De dónde viene tanta pasión, tanta represión? ¿Hasta en un grupo de élite? ¡Qué raro! ¿No?

Y tú, ¿qué crees?

Para ser franco, de entrada no me creo nada. Tampoco me creo a los que, en nombre del escepticismo o de lo que ellos interpretan como la ciencia, descalifican a los demás o quieren juzgar conductas o prácticas que desconocen. Juzgo que padecen de falta de apertura.

Sí, pero ¿qué crees?

Creo en probarlo todo, sin prejuicios, y formarme yo mismo una opinión. Cuando encuentro algo que me parece útil, o bello, o agradable, algo que, spinozianamente hablando, se compone con mi cuerpo, lo incorporo. Me da igual si la explicación que hay detrás es muy convincente o no lo es nada. Si no me convence la explicación, la desecho. ¿Por qué tendría que creer en ella? Una cosa es lo que hago, que me sienta bien, y la otra es que me pidan que crea en algo en lo que no puedo creer.

Después, sin prisa ninguna, precisamente porque no me siento en absoluto obligado a creer en ninguna explicación, examino racionalmente esas explicaciones que se me dan.

En algunas cosas no estoy dispuesto a creer, punto pelota. Tengo, como todo el mundo, mis líneas rojas. Espíritus y presencias, no, por ejemplo.

Y otras, pues bueno. De entrada parecen tonterías, pero si se toman como metáforas, pues no están tan mal. Desde luego, no son explicaciones científicas; de eso me doy perfecta cuenta. Pero hasta me acostumbro al lenguaje, si tengo que hablar con alguien metido en el tema.

No creo que tenga que tener un único lenguaje y usarlo con todo el mundo. Eso sería absurdo. No soy de ninguna manera, ni siquiera creo que tenga que tener una «personalidad». Cuando hablo con el director de oficina de mi banco, soy de una manera; cuando hablo con mis amigos íntimos, soy de otra; al portero de mi casa no lo trato como a mis alumnos, y tampoco al contrario. ¿Por qué tendría que hacerlo?

Hablo catalán, castellano, leo y escribo bien en inglés; leo bien en francés, y lo chapurreo. Me puedo entender bien con un terapeuta Reiki sin necesidad de compartir algunas de las explicaciones que él da sobre las cosas; si es una persona crítica, que las hay, tampoco será muy dogmático sobre el magnetismo o la alineación de chakras. No son todos tontos o incultos, los terapeutas Reiki. Los hombres son todos mortales, pero pensar que todos los terapeutas Reiki son tontos o incultos es una enormidad, además de ser falso.

También puedo mantener una buena conversación con una persona religiosa, siendo como soy absolutamente agnóstico, porque me interesa mucho la teología comparada: sin ella no se puede entender la historia de nuestra civilización y la de las demás, ni la historia de la filosofía, ni la historia de las ideas, que son cosas que me interesan también. Los fanáticos religiosos me aburren y me espantan, claro; pero con la gente religiosa que es abierta, que también los hay, puedo conversar tranquilamente, sin molestarme ni molestarlos. Eso no me hace creer automáticamente en Buda, ni en Cristo, ni en Shiva Nataraja, ni en la Virgen de Montserrat, ni en «una energía» que estaría «por ahí», como es la última moda. ¿Por qué tendría que hacerlo?

Esta actitud abierta me ha hecho transitar por muy diversas experiencias. Lo que me sirve lo incorporo, y lo que no me sirve lo tiro. He probado muchas cosas. Hay bastantes que son mucho más interesantes de lo que podría parecer de entrada. He conocido mucha gente interesante, distinta; muchos puntos de vista; muchas perspectivas nuevas. Y no siento que me haya vuelto más tonto, ni más crédulo. Al contrario. Creo que me he vuelto más tolerante, más culto, más abierto: más sabio.

Es lo que siempre había querido.

Josep Maria


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