Blog de Josep Maria Blasco


Contribución a un debate sobre la población


Publicado el 20 de agosto de 2019.
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Lo que voy a decir es un poco fuerte, pero cada vez me parece más claro que no se puede dejar en manos de los deseos de los padres el tema de la reproducción.

No se les puede hacer creer a las mujeres (sí, es una creencia) que tener hijos es una forma de «realizarse como mujer», o que se tiene «derecho» a tener hijos.[1] ¿Por qué tendría que tener yo «derecho» a hacer algo que, hecho de cualquier manera, se carga el planeta, además de cargarse a los propios hijos? Es como el «derecho» (reconocido en la Declaración de los Derechos Humanos) de fijar mi residencia donde me venga en gana (comprendo perfectamente el avance que eso representa, a nivel político; estoy hablando de otra cosa): ¿por qué tengo que tener derecho a hacerme una casita donde ya no se cabe, o donde sería incómodo para los demás que me la hiciese, o donde la huella ecológica es insostenible? La misma idea de «derecho» debe ser revisada a la luz de la ecología, del desastre que estamos haciendo con nuestro planeta, no sólo el climático.

No se puede hacer creer a los padres que tener hijos es «lo normal» y «lo que todo el mundo hace». Claro que lo hace casi todo el mundo: así nos van las cosas. Conducir es mucho más fácil, y se pide carnet. La mayoría de los padres lo hace mal, muy mal. Después la gente queda tan tarada que ni se dan cuenta de lo tarados que están.

Tener hijos «para realizarse» es de un egoismo tremendo, y fatal para el niño, además de una crueldad y una estupidez. Hay muchas cosas que hacer en la vida, además de tener hijos.

Las ideas de «buena madre» y «buen padre» son monstruosidades políticas que deben ser desconstruidas. Hay mujeres que pueden ser buenas gestantes, o buenas lactantes, o buenas para los primeros años de la vida, o para la adolescencia. Mujeres que lo hagan todo bien, como es lógico, hay muy pocas, de forma que con casi toda seguridad a uno le va a tocar un parto difícil, cesáea, lactancia artficial, o una madre imbécil de pequeño o de adolescente, cuando no le toca todo eso a la vez. Con los padres, pues lo mismo.

Antes había niñeras y amas de cría y nadie se escandalizaba (no estoy diciendo que sea la mejor solución).

La idea del matrimonio como forma de educación de los hijos es enfermante y monstruosa. Hay que aguantar los defectos de los padres durante muchos, muchísimos años, y siempre los mismos defectos y sólo esos. Es enloquecedor, por eso después la gente necesita no sé cuantos años de terapia para poder caminar tranquilo por la calle: ver siempre, todos los días, el mismo defecto, deja una especie de callo en el alma.

Además, es agotador, completamente inhumano, para los padres, especialmente durante los primeros dos años.

Si los niños son propiedad privada de los padres, siempre habrá huérfanos, y siempre habrá viudas o viudos que se lo pasarán muy mal. ¿Realmente, queremos eso?

Desde luego, yo no confiaría a los políticos el tema ni harto de vino. Pero tampoco podemos seguir así, llenando el planeta de imbéciles, demasiados imbéciles, y viviendo a cuenta del futuro de nuestros descendientes, si es que les dejamos alguno.

Que no sepamos cómo solucionar el problema no quiere decir que el problema no exista. Si hacemos ver que no existe, lo único que garantizamos es que no lo solucionaremos nunca.

Josep Maria


Notas

1 Muchas de las reflexiones que aparecen en este artículo me fueron inspiradas por Enric Boada; la mayoría de ellas pueden encontrarse en su Cuando morir sea una fiesta (Icària, 1977) y en ¿Imbéciles para siempre?, publicado en nuestra editorial (2018). 

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