Blog de Josep Maria Blasco


Hacia una ciencia del ir por la acera


Publicado el 31 de agosto de 2019.
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Esto de las aceras da para mucho. En las aceras pasa de todo, al menos en las de mi Barcelona (cada uno tiene la suya).

Tengo la costumbre, con algunos pacientes que también son colegas, de atenderlos paseando. No es muy ortodoxo, pero la verdad es que me importa un bledo: la ortodoxia es fábrica y refugio de los incompetentes. Caminar deprisa, por Barcelona, intentando escuchar al otro o decirle algo, sin chocar con nada, pues tiene su mérito. Es una especie de slalom, como un videojuego a veces frenético, hay que mantener la atención sin pisar las cacas de perro, ni chocar contra los carritos, de la compra o de los niños, ni con los ejecutivos en monociclo, ni con los patinetes, ni con las bicicletas, ni con los tacatacas de las personas mayores o enfermas, ni con los turistas, «Ayer mi madre volvío a sacarme de mis casillas», «¡Cuidado, un japonés!», «¡Joder, si es que se tiran a la calle sin mirar! Pues mi madre...», los turistas con sus maletitas de los tracatacatacatracataca, «Y entonces, me dice que ya me puedo ir mucho a tomar por» tracatacatacatraca, «Perdona, que no te oigo», ni con las adolescentes que caminan enganchadas al móvil, tío, tío, qué fuerte, es que no me iba el buasa, no te lo vas a creer XDDDDDDD, sin advertir que su trayectoria se asemeja cada vez más al movimiento browniano, ni con los palos de las obras, ni, ni...

Pues va muy bien para trabajar. El paciente, de distraído que está, tiene menos tiempo para armar sus defensas, está como menos yoico. Y uno siente que escucha mejor; ya decía Freud que no se escucha exactamente con la voluntad, ni con la consciencia.

Y, además, se camina, haces ejercicio, o sea que miel sobre ojuelas.

Lo de ir por la acera, realmente, habría que estudiarlo de un modo científico.

Me dan ganas de escribir un manifiesto, ya veo el título,

HACIA UNA CIENCIA DEL IR POR LA ACERA,
por Josep Maria Blasco

pero la verdad es que no me animo.

A lo que sí que me animo es a compartir dos experiencias personales. Mi sueño sería que pudiesen formar parte del germen de esa ciencia a la que no me animo. Voy con la primera

Desestabilización de estructuras deambulatorias transversales mediante la impresión de spin en uno de sus extremos

Esta experiencia es de hace unos cuarenta años. Recuerdo que andaba sin compañía, en una mañana soleada, bajando por General Mitre, desde la avenida Sarriá, en dirección a El Corte Inglés Diagonal. Para que os hagáis una idea, serían unos doscientos metros en una curva suave, de bajada, con aceras bastante anchas.

No había casi nadie. A unos ciento cincuenta metros vi una cadena de señoras. Me explico. En Catalunya, cuando se junta un número n, n > 2, de señoras de una cierta edad, tienden a enlazarse espontáneamente por los brazos, formando estructuras ortogonales al sentido de la marcha y con tendencia expansivo-exhaustiva: tienden a ocupar la totalidad de la acera. Me han dicho que en Marruecos los hombres caminan cogidos de la mano y a nadie se le ocurre que sean homosexuales; ignoro si entre ellos se forman estructuras de la misma especie.

Dichas cadenas de señoras gozan de una gran solidez, conferida por su enlace bracístico y, una vez completado el enlace, resulta muy difícil que pierdan su estructura. Tampoco respetan, quizás por su tendencia expansiva, ningún tipo de lógica de circulación por la acera.

Mentirá quien pretenda no haber visto ninguna estructura así en su vida.

En este caso, la estructura era minimal, es decir, estaba formada sólo por tres señoras. Sin embargo, ocupaban la acera toda. Yo caminaba por la derecha, según es mi costumbre, pero me daba cuenta de que la tendencia expansiva me iba a dejar el mismo lugar para pasar que si fuese un papel de fumar.

Consideré mis opciones. La primera era convertirme, efectivamente, en un papel de fumar. En esa época estaba delgadito, pero no tanto. Imposibilidad física. La segunda era tener una conversación con las señoras sobre el uso compartido de la acera, el civismo, y todo eso. Pocas posibilidades de éxito: las señoras eran más bien señoronas un tanto pijas, me imagino que por la zona, y yo tenía pinta de jipi raro, peludo y todo eso, era muy joven, no me iban a hacer ni caso. Tercera, última y única posibilidad: luchar para sobrevivir.

Tuve suficiente tiempo para calcular perfectamente el impacto. Es un problema teórico: cómo aplicar la fuerza mínima necesaria para a) no dañar a nadie; b) desestabilizar el extremo de la cadena mediante la impresión de un cierto spin a la del extremo derecho (visto desde mi perspectiva); y c) aprovechar el momento peonza para ganar el espacio necesario y sortear de ese modo la peligrosa cadena.

Me salió bien. También me gané unos cuantos improperios, pero qué importa. Había sobrevivido, y había solucionado mientras tanto un problema realmente complejo de Física.

Ahora la segunda experiencia, y ya termino

Tunelización de una manada de turistas mediante la aplicación de un potente bramido imprevisto

Esta experiencia es más sencilla. Estaba saliendo de casa con un paciente y amigo para nuestra caminata/sesión de los viernes, cuando de repente apareció una manada de turistas, capitaneada por un imbécil con un banderín. Los turistas, debido a su instinto gregario, se abalanzaron en tropa sobre la acera, sin dejar ningún resquicio libre.

¿Qué hacer? Mi amigo y yo acabábamos de alcanzar la hipervelocidad, y el impacto era inminente.

No sé de dónde me salió eso, pero me puse a rugir. Literalmente, con fuerza; como un león, o una pantera, o un tigre. Así: ¡grrr!, ¡roarrrr!, ¡grrr!

He de decir que tengo un aire pintoresco: con el tiempo, me he ido volviendo muy canoso, y llevo el pelo largo y una barba también larga. Como un profeta de la Biblia, va. Hay japoneses que me piden permiso para hacerse un selfie conmigo. No sé si piensan que soy un producto típico local, o que estoy financiado por el ayuntamiento.

El caso es que rugí y, como una seda, la manada se dividió en dos, como la partición de las aguas, al final será verdad esto de la Biblia. Y los turistas, encantados, y encantadores, riendo como locos y comentando entre ellos.

Igual volvieron a pensar que era algo pagado por el ayuntamiento.

También me salió bien. No tuve que salir de la hipervelocidad, y sólo tuve que calmar a mi amigo, que estaba francamente atónito.

La reflexión que hago es que, ahora que soy mayor, ya no necesito hacer cálculos, las cosas ya me salen de dentro. Con la edad, uno aprende.

No sé si a alguien le puede servir, pero por si acaso. Cuando uno va por la ciudad, cualquier precaución es poca.

Josep Maria


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