Blog de Josep Maria Blasco


Sobre la muerte voluntaria


Publicado el 9 de octubre de 2019.
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Vivir una vida digna, e irse cuando a uno le dé la gana, cuando para él ya sea suficiente, antes del deterioro, en plenitud de facultades, eso sería lo humano.

Arrastrarse hasta que no se puede más, y después someterse al encarnizamiento terapéutico, para arañar unos pocos meses más de vida, con la idea de que la vida es sagrada: eso, además de ser inhumano, es un ejemplo pésimo para los demás, y carísimo.

El suicidio está penado y mal visto, porque si no estuviese mal visto, mucha gente lo usaría para darse de baja de una vida que no les compensa en absoluto. Hay que infundir terror a la muerte entre la población para que le tengan pánico a suicidarse. Si no le tuviesen pánico, nos quedaríamos sin la mitad de los ciudadanos.

Tenerle miedo a la muerte es irracional: nadie sabe lo que es la muerte, con lo que no se le puede tener miedo. «Miedo a lo desconocido», dirán algunos. Eso, lo conocido, claro. Si nos está yendo estupendamente, con lo conocido. Eso sí que da miedo.

¿Miedo al dolor? Claro que sí. Por eso el encarnizamiento: para hacer temible la muerte, confundida con el morir.

Hasta que no podamos, sin aspavientos ni llantos ni dolores extraños del alma, hacer una fiesta de la muerte, una celebración de la vida; hasta que no podamos despedirnos gozosamente de los que nos rodean y largarnos cuando queramos, no seremos del todo humanos. Seremos lo que somos: animales de establo, de matadero, maltratados por la sanidad hasta la muerte. Poner a alguien que se está muriendo en una habitación con un desconocido o varios, con los horarios de visita limitados, y encima enchufarle la tele, es una forma de tortura. Establo, matadero, tortura: eso es lo que hacemos.

Por eso no puedo estar más de acuerdo con Carles.

Josep Maria

Referencia:

Enric Boada: Cuando morir sea una fiesta. Contramanifiesto para el tercer milenio. Barcelona: Icària, 1997.


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