Blog de Josep Maria Blasco


Sobre las altas capacidades


Publicado el 6 de diciembre de 2019.
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[Email de respuesta a otro en el que se citaba un artículo del diario de Barcelona La Vanguardia titulado Ingeniero a los nueve años ¿y después qué? Los retos de la crianza de un hijo con altas capacidades— JMB].

Es un tema realmente espinoso. La única vez que me midieron el CI, creo que era a los 8 años, salió una cantidad bastante alta. Ignoro si la escala que se utilizaba en ese tiempo era la misma que se usa ahora, tampoco tengo una fe absoluta en este tipo de mediciones, y las relativizo en lo que valen.

Sería interesante que se produjese algún movimiento de liberación de las personas con capacidades superiores a la media, contado en primera persona, no con este tono condescendiente y buenista que usa el artículo, como si fuese un manual de cómo educar a tu perro, que resulta que es de raza considerada peligrosa, y hay que informarse, no es como el perro del vecino.

Por ejemplo.

«No etiquetar al niño». Claro, si le dices que es muy superior a los demás en inteligencia, se puede sentir diferente y solo. Correcto. Pero si no se lo dices, le privas de un instrumento esencial, básico e imprescindible para orientarse en el mundo. Más sobre esto enseguida.

«Potenciar la relación con los amigos». Sí; indudablemente; pero, ¿qué amigos? ¿Cualquiera vale como amigo de una persona más, o mucho más, inteligente que ella o él? ¿Todo el mundo sabe cómo tratar a una persona más inteligente? ¿Todo el mundo tiene buenas intenciones?

Es evidente que no. Por una serie de puntos, que incluyen los que voy a detallar.

  • La inteligencia superior a la media genera en muchísimos casos envidia en los menos dotados. Los menos dotados aprovechan para resarcirse de la envidia que les genera su inferioridad destacando las habilidades en las que son o se creen superiores al más dotado, para compensarse por ello y para poderse sentir superiores en algo. En el patio están «los empollones», segregados, y los «normales», que son los que juegan al fútbol. La etiqueta te la ponen aunque seas, como fue mi caso hasta los 14 años, suficientemente inteligente para sacar un 10 en casi todo sin estudiar en lo más mínimo, ya que con atender te basta.
  • El desarrollo emocional y sexual de una persona con capacidades superiores suele ser diferente y más tardío. Por el hecho de ser más tardío (lo que resulta que encima es bueno para la absorción de conocimientos, en el sistema que tenemos montado, lo que hacen todavía más complicadas las cosas, y aumenta todavía más la brecha), mientras los «normales» están preocupados con la paja y las chicas y las discotecas y el porno y todo esto, los «empollones» están preocupados con la física, la química, las matemáticas, o cosas similares. A mí me fascinaban las series de Fourier, a los 14 años. Cuando estudié Mates, me sorprendió ver que me lo contaban en cuarto de carrera. Me imagino que en las ingenierías lo cuentan antes.

    El hecho de que ese desarrollo sea más tardío introduce otro elemento de diferenciación, exclusión y bullying, para compensación de los envidiosos de los normales: «Sí, tu sacas muy buenas notas, pero nunca te has morreado con una chica».

    Esto no te lo explica nadie «para que no te sientas distinto». ¿Serán imbéciles? ¡Pero si distinto ya eres! Si alguien te explicase lo que te está pasando, seguramente, se sufriría menos.

    Y «tener amigos», muy bonito. ¿Para qué? ¿Para que te hagan bullying, para que comparen sus pequeñas proezas gimnásticas, sus habilidades futbolísticas, el tamaño de sus genitales, sus hazañas sexuales, con tu pasión por la cosmología? ¿En serio?

  • El desarrollo emocional y sexual es también distinto. ¿Qué quiere decir, distinto? Que muchas de las normas sociales no se entienden, y eso una persona con mucha capacidad lo intuye, mientras que los «normales» no lo cuestionan, lo aceptan como si fuesen naturales. Es un hecho que muchas personas con mucha capacidad suelen ser emocionalmente raritos. Los «normales» no se cansan de cebarse: «sí, tu eres un genio, pero eres un tarado emocional», y cosas por el estilo. Ante esto suelen producirse varias reacciones distintas, todas ellas muy negativas.

    1. Algunos se vuelven tremendamente reaccionarios. Se agarran al sistema establecido, se buscan una buena chica, compañera y fiel, tienen varios hijos, y no quieren saber nada de cosas raras. Son reaccionarios porque, debido a la debilidad de su desarrollo afectivo, consideran de forma dogmática lo emocional, para protegerse, y entonces se vuelven enemigos de cualquier forma alternativa de sexualidad, socialidad, afectividad, etc. Las cosas son como son, fijas e inmutables; el número dos siempre será el número dos, y dos más dos siempre será cuatro; de la misma manera, siempre habrá hombres y mujeres, las relaciones entre las personas son de una determinada manera, etc.
    2. Otros se vuelven emocionalmente dependientes. «Tú eres un genio con [insertad algo aquí], sí; pero eres muy torpe con lo emocional y las relaciones sociales; yo seré tu embajador/a para estas cuestiones». El que acepta (y, ¡qué tentación, ante cosas que no se entienden y, en muchos casos parecen estar mal hechas, parecen estúpidas!) pasa a depender emocionalmente de su supuesto protector. Pasa a ser como un niño con su madre: determinadas cosas no las puede hacer por sí mismo, necesita a su mamá. Esto compensa a los «normales»: «fíjate ese, que es tan genial; sin embargo, sin su mujer,...».
    3. Todavía otros se convierten, irremediablemente, en frikis, lo que, al menos, les da una cierta sensación de identidad. Pero pasan toda su vida sintiéndose raritos y pertenecientes a una minoría a la que se supone que se respeta pero en realidad se ignora; se adaptan, sin darse mucha cuenta, a ser los bufones de la reunión.

Ahora la pregunta que en general no se hace:

¿Por qué siempre se insiste en estas realizaciones académicas, que además casi siempre son de ciencias, Paquito, a la Universidad con nueve años, Pedrito, dos doctorados con catorce, y así sucesivamente, y a nadie se le ha ocurrido, verdaderamente a nadie, si estas personas más dotadas podrían usar su inteligencia precisamente para lo que más la necesitan (y, para decirlo todo, más necesita el mundo), es decir, para ayudar a repensar las relaciones sociales tal como las practicamos, y que ya no le funcionan prácticamente a nadie?

Lo volveré a decir, de un modo quizás más claro: ¿por qué se supone que si tienes un CI muy alto lo vas a tener que utilizar en las matemáticas, o la neurociencia, o (menos frecuente) el estudio de la literatura medieval, y no en pensar cómo vivir mejor, cómo crear relaciones sociales mejores, como conseguir un mundo mejor?

Cuando se da por sentado que es muy probable que una persona con muchas capacidades tiene que ser emocionalmente rarito, ¿esto es así, o es algo que es impuesto por los envidiosos, por los normales, por la mayoría, por los profesores, por los propios padres? Lo que es brutal del artículo que cita Andreu es que dice que ser superdotado no implica «ser inadaptado». Brutal. ¿Qué es lo contrario de «ser inadaptado»? Pues «ser adaptado». Pero ¿«adaptado» a qué? ¿A un mundo demencial, como el nuestro? Ser «adaptado» a nuestro mundo, en realidad, conlleva necesariamente estar muy enfermo. Es lo que he llamado más arriba ser reaccionario.

Quizás lo que pasa es que los que tienen capacidades superiores no entienden muchas de las convenciones sociales que se les proponen. Los demás, los «normales», que no se cuestionan nada, les dicen que ellos «son raritos» porque no las entienden, cuando lo que pasa es que no las entienden porque no se entienden, y los «normales» no las han cuestionado nunca.

Un ejemplo banal: la estupidísima costumbre de corresponder a los regalos. Si, cuando me hacen un regalo, tengo que corresponder, entonces el regalo ya no es un regalo; en realidad, es una putada que me están haciendo; ¿quién ha dicho que tengo ganas de hacerle un regalo a esa persona, y precisamente ahora?; además, tiene que ser del mismo valor aproximado, o un pelín más: ¡no vayan a pensar que soy un tacaño!; etcétera. Pero si el regalo implica correspondencia, ya no es un regalo: es un intercambio, en última instancia un negocio, aunque sea uno, para decirlo académicamente, de mierda (Este análisis de las cosas lo vi, muchos años después de haberlo hecho, reflejado en el que hace también Derrida sobre el tema, que tiene un trabajo interesantísimo consagrado al asunto).

La persona con más capacidad puede y debe ser crítica con las costumbres sociales establecidas; tiene que contribuir a criticarlas y a mejorarlas. Para ello, claro, tiene que rodearse de personas que no estén compensando su envidia a base de intentar convencerle de que, sí, él será muy inteligente, pero ellos son los que saben cómo funciona el mundo: con esos «amigos» no se tiene posibilidad alguna. Tiene que salir de la dependencia emocional: el mundo es de todos, cualquiera es capaz de criticarlo, cualquiera es capaz de mejorarlo.

Y es más probable que tenga buenas ideas una persona con mucha capacidad que una persona normal, que tiende a adaptarse para ser reconocida y amada, y se queda tan tranquila con cualquier costumbre: a fin de cuentas son costumbres, si se ha hecho así desde siempre, por algo será.

Desde luego, también hay resentidos entre los superiores: con la cantidad de ghettos en los que los han metido; con los bullyings envidiosos a los que los han sometido; con la rabia que les han hecho sentir, diciéndoles que a ellos no les estaba permitido entrar en determinados supuestos paraisos, cuando lo único que pasaba es que se iban a desarrollar más tarde, no es de extrañar. A esos hay que mandarlos a curarse, antes de que puedan ayudar. Sino terminan imaginando cosas como un mundo hecho todo de cemento, como el pobre Asimov, alguien a quien, por otra parte, admiro mucho.

En fin, lo que decía. Quizás tendríamos que empezar, incluso los que no somos tan inteligentes como el del artículo, a hablar en primera persona. Probablemente, podríamos aportar muchas cosas.

Tengo curiosidad por saber qué piensan los de este grupo: seguro que hay varios de los «raritos» de los que vengo hablando :)

Un abrazo,

Josep Maria


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