Blog de Josep Maria Blasco


La generosidad de tener hijos


Publicado el 2 de febrero de 2020.
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[Contribución a un hilo que se inicia con el escándalo que produce la soledad y el abandono de los mayores en las residencias. Entro en determinado momento, para rebatir lo que al principio se cita, pero se retendrá el tema del hilo como contexto general — JMB].

Hola,

Quiero comentar, de tus aportaciones, las siguientes frases:

Y que este nuevo modelo de sociedad que nos hemos dado en España también ha fracasado en cuanto a la generosidad para con la vida, porque siendo ricos tenemos menos hijos que nadie en el planeta. Todo está conectado: Para empezar, si las parejas no tienen hijos, o tienen solo uno, de mayores tendrán menos posibilidades de que les atienda alguien de su familia.

¿Es tener hijos un acto de generosidad?

Quiero encargarme de una expresión que has deslizado como si tal cosa. Haces equivaler la «generosidad para con la vida» con «tener hijos».

Primero me encargaré de demostrar que hay aquí un non sequitur. En las dos direcciones.

Ser «generoso para con la vida» debería querer decir, también, darles una vida, a tus hijos, que sea «generosa». ¿Verdad? Si tengo hijos y les condeno a una vida incierta y miserable, sea porque no tengo estabilidad ninguna en el trabajo (lo más habitual), porque no tengo tiempo para ocuparme de ellos y los aparco frente al televisor o los estreso inscribiéndoles en multitud de actividades extraescolares, para después quejarme de que tienen TDAH (siempre que pueda pagar las actividades extraescolares: siendo rider de Glovo no puedo pagarme ni siquiera una vivienda) o, simplemente, porque no estoy de acuerdo con cómo está evolucionando el mundo y siento que les estoy trayendo a un mundo invivible, no estoy siendo «generoso para con la vida»: para decirlo todo, estoy siendo egoista, irracional, o directamente un fanático.

Además, «tener hijos» no implica tampoco ser «generoso para con la vida». La gente no tiene hijos porque sean «generosos»; esto es una idealización moralizante. Tienen hijos por razones francamente estúpidas: porque todo el mundo lo hace, para no ser menos; para sentirse hombres, o mujeres (aunque parezca ridículo, pues no es necesario, por ejemplo, ostentar ninguna hombría especial para dejar embarazada a una mujer); para tapar el miserable agujero de su existencia; para compensarse de la profunda insatisfacción que les producen sus demás relaciones sociales; finalmente, y para no hacer esta lista interminable, para que los cuiden cuando sean mayores.

¿Tener hijos para que me cuiden cuando sea mayor es un acto de «generosidad para con la vida», o qué es, exactamente? Yo lo veo muy claro: es una forma tremenda de egoísmo, donde el vástago es un puro instrumento, en realidad un esclavo con un destino predeterminado. ¿Dónde está la «generosidad»?

Lo mismo puede decirse de todos los demás ejemplos que he puesto. Tener hijos «para realizarse» es puro egoísmo; tener hijos porque ante ellos puedo ser grandioso, cuando en el resto del mundo nadie me hace mucho caso, es una receta perfecta para producir un neurótico estúpido; tener hijos «porque todo el mundo lo hace» revela una falta de imaginación preocupante y una dejadez moral horrenda; etc.

Por lo tanto, ni «ser generoso» implica «tener hijos», ni «tener hijos» implica «ser generoso». Son tópicos lógicamente independientes entre sí. Sólo pueden quedar unidos por una petición de principio, que cualquier análisis racional tiene, forzosamente, que rechazar.

¿Son siempre «honrables», el padre y la madre?

Entonces, para retomar el tema central del hilo: muchos ancianos envejecen en residencias sin que sus hijos los visiten casi nunca. Es tremendo, claro que sí. Habría que «honrar al padre y a la madre», por lo que parece; así lo indican el Éxodo y el Deuteronomio.

Ahora bien, ¿son «honrables», en general, el padre y la madre? Pues depende: a veces sí, y a veces no. Depende de lo que hayan hecho con nosotros. Si nos han maltratado, consciente o inconscientemente; si se han opuesto a nuestros proyectos vitales; si, como a veces sucede, se han comportado con nosotros como unos perfectos desgraciados, ¿merecerían con ello nuestro respeto, se habrían ganado que les «honremos»?

A mí me parece que no. No veo ninguna «generosidad» en que me hayan tenido; como no se lo pedí, lo hicieron porque les dio la gana, muy probablemente por razones muy poco «honrosas» como las que he detallado más arriba. Me trajeron a la existencia sin consultarme, sin mi permiso. De mí pueden esperar muy poco, al menos por la razón de que me hayan tenido. Serán evaluados como todo el mundo: si se portan bien conmigo, los querré más; si se portan no tan bien, los querré menos; si se portan mal, no los querré en absoluto. ¿Por qué tendría que hacerlo? ¿Por que son «mis padres»? ¿Porque me han «dado el ser»? No comprendo esa razón; es más, creo que es una razón enfermante, algo que ya no funciona, una mentira.

La familia es enfermante precisamente por eso: «siempre seremos tus padres», «siempre serás nuestro hijo». Es un lugar del que, se pretende, no se puede escapar, huir. El ser humano puede llegar a volverse muy cruel cuando siente que el otro no puede escaparse. O muy dependiente, como en el síndrome de Estocolmo, cuando está siendo maltratado.

La familia no puede ser la excepción a las reglas del mundo, porque eso es, directamente, la psicosis. Si los padres sintieran que si maltratan a sus hijos ellos pueden largarse y no volver, se lo pensarían dos veces. Y en la dirección contraria, pues lo mismo.

Por último, toda la cuestión de las pensiones da por sentado que nada, verdaderamente nada, puede cambiar; entonces, claro que sí, está justificado: necesitamos más hijos para pagar las pensiones, para cuidar de los viejos.

Atisbar otras vías

Pero las cosas se podrían hacer de otra manera. Sólo enumero algunas, para no extenderme demasiado.

  • Estar trabajando a tope hasta los 65 años, o la edad que sea, y después pasar de golpe a no hacer nada es, pura y simplemente, una monstruosidad. Genera todo tipo de desequilibrios psíquicos, enfermedades somáticas, e infiernos familiares. Se pasa de ser (se supone) «útil» para la sociedad a ser «inútil». Además de viejo, inútil. Es para pegarse un tiro. Y eso no se arregla dedicándose a un hobby, un premio de consolación, hacer una réplica de la Catedral de Burgos con miguitas de pan o mocos secos dentro de una botella. Es para pegarse un tiro.
  • Si pensamos que no existe nada más que la familia, el estado y los amigos, nos privamos de tener relaciones profundas con otras personas que no entren en esas modalidades. En particular, nos privamos de tener maestros, de tener discípulos, de multitud de alianzas posibles que no están modeladas ni en la familia, ni en la amistad, ni en las relaciones de trabajo, ni en los negocios. En nuestra estrechez de miras, reservamos las relaciones verticales (con gente de edades distintas a la nuestra) a la familia, y en todos los demás ámbitos tenemos relaciones horizontales: nuestros hermanos y primos, los compañeros del cole, los de la mili (si la hemos hecho), los compañeros de trabajo... Una vida humana no puede ser plena si no se ha tenido una larga serie de padres substitutos, de madres substitutas, de hijos e hijas del espíritu. Después, en algún momento, hay que terminar con todo maestro, claro que sí. Pero no se puede pasar de golpe de «papá» a «la ciencia», por ejemplo: sigo estando ligado a «papá», aunque no me dé cuenta, y habré puesto a lo que yo llamo «la ciencia» en el lugar de Dios Padre.

Para terminar: comprometerse con algo es esencial, claro que sí. Tener una cierta estabilidad, especialmente a partir de cierto momento de la vida, también. Pero nadie dice, en absoluto, que eso sólo sea posible en la familia, mucho menos en el matrimonio, y todavía menos en el matrimonio religioso. Yo me siento más vinculado a mis compañeros de trabajo, de comunidad, de proyecto vital, que con cualquiera de las parejas que he tenido. Y somos siete. Por si tenéis un amigo que es un poco salidillo: no, no me acuesto con nadie. Pero es el vínculo más satisfactorio, más intenso, más interesante y más productivo que he tenido en mi vida. Y, sin embargo, el estado piensa que si me caso, tengo unos derechos; si soy pareja de hecho, otros; y si vivo como lo hago yo, pues otros, que son muy inferiores. Tengo menos derechos que los que se han casado, debido simplemente a la forma de mis elecciones vitales. Es sencillamente monstruoso.

Y eso que, desde nuestra institución, hemos ayudado a centenares, qué digo, a miles de personas a pensar con más libertad, a superar problemas que los incapacitaban, a mejorar notablemente sus relaciones, a tener más potencia de actuar (Spinoza), a ser menos antisociales, como lo es, invariablemente, el neurótico (Freud). De ese modo hemos ayudado a mejorar no sólo a esas personas, sino a la sociedad misma.

Yo creo que esto también es «generosidad para con la vida». Y ni uno de nosotros, ni uno solo, ha llenado el mundo de nuevos seres inermes, a los que se imbecilizaría después, exigiéndoles que nos paguen las pensiones, o que nos cuiden cuando seamos viejos.

Un abrazo,

Josep Maria


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