Blog de Josep Maria Blasco


La cuadrícula del Ensanche y de la Reforma de Barcelona


Publicado el 19 de marzo de 2022.
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[Parte de un correo donde pido consejo para la licencia de mi investigación sobre el plan Cerdà, cuya beta he decidido hacer pública — JMB].

Cerdà dibujó la famosa cuadrícula de Barcelona y asignó números a las calles verticales y letras a las horizontales. Por ejemplo, la calle de Tarragona es la número 12, Urgell es la número 20, el paseo de Sant Joan es la número 35, la Rambla del Poblenou es la 50 y la Rambla de Prim, 64. En cuanto a las letras, Olesa (en la Pza. Maragall) es la letra C, Buenos Aires y Juan de Garay son D, Londres y Pare Claret son E, París e Indústria son F, y así sucesivamente, hasta Z, la pequeña calle de Villena, situada al final de Wellington, que sólo tiene un lado y casi nadie conoce.

El 19 de diciembre de 1863, el ayuntamiento de Barcelona dio nombre a la mayoría de las calles de Barcelona (Sant Martí, Gràcia, etc., en ese momento, eran municipios independientes), basándose en una lista propuesta por Víctor Balaguer, a la sazón cronista de la ciudad. Casi todos esos nombres se conservan en la actualidad: Muntaner, Aribau, Casanova... Marina se llamó primero «Mataró», y a la izquierda de Tarragona se planificó una calle, llamada primero de Manresa, después de Llobregat y después de Puigcerdá, que nunca llegó a construirse: hubiese estado situada entre las actuales Mèxic y Tarragona.

Méxic fue, en su tiempo, una calle del Ensanche, la número 10, hasta que en 1891 se aprobó el plan de urbanización de La Fransa (Montjuïc) presentado por Josep Amargós, en el que la calle ya tenía otro ancho y pertenecía a otro ordenamiento diferente. Sin embargo, y debido a las propiedades geométricas del plan Amargós, el lado Besós de la actual calle de Mèxic está situado con toda exactitud donde debería estarlo si fuese una calle del Ensanche (el lado Llobregat no, claro, porque la calle no tiene una anchura de veinte metros, como las del Ensanche). Algo parecido sucede con la calle de Santa Dorotea, cuyo lado Besós está donde debería estar para ser la calle número 8.

Seguir la historia de esas calles que, al principio, se identificaron con letras y números, es apasionante. El ciudadano no tiene ni la más remota idea de que Sepúlveda, Caspe, Perú y Paraguay son, en realidad, la misma calle: la calle que para Cerdà llevaba la letra O. No lo saben ni los taxistas (aunque los taxistas, cuando se lo explicas, suelen comprenderlo más rápido). Las calles fueron fragmentadas, especialmente por el franquismo que, en un movimiento particularmente vicioso, en 1942, rompió un buen porcentaje las del Ensanche cerdaniano, para poner a sus diversos tramos los nombres de los países que conformaban el imperio en el que nunca se ponía el sol (de ahí las propias Perú y Paraguay, pero también Bolivia, Venezuela, Nicaragua, Ecuador, Honduras, Costa Rica,...) y las provincias y localidades de España, que estamos en España, ¡coño! (Pamplona, Cartagena, Álava, Ávila, Bilbao, Badajoz, Granada, Cuenca, ...), y otras tonterías por el estilo.

De este modo, claro, uno ya no tiene modo de saber dónde se encuentra. En los casos más graves, la misma calle tiene cuatro nombres; es muy difícil que uno se dé cuenta de que, en realidad, se trata de la misma calle; y si a eso le añadimos que esa calle se cruza con otras, que también han sido innecesariamente fragmentadas, entonces la confusión ya es total. Floridablanca es Ausiàs Marc y Bolivia, pero Tamarit es Alí Bei, Tànger y Marroc. Cuando uno está en la parte izquierda de la plaza de las Glorias, está a la vez a la izquierda del hospital de Sant Pau. Bilbao es Navas de Tolosa, de modo que, cuando uno va a la playa de la Mar Bella entrando por Bilbao, está a la altura de la Plaza Maragall, que por cierto está más arriba que la de Francesc Macià, aunque a la mayoría de los ciudadanos les parezca lo contrario.

En general, el legislador parece tener una fe casi mágica en el poder de los nombres de las calles. Creen que la gente va a conocer, y ya no digamos admirar, a las personas, entidades o cosas nombradas por las calles. No se dan cuenta de que a los ciudadanos, todo eso, nos suele importar un pimiento. La calle de Muntaner, claro está, se llama así porque va cap amunt, si fuese cap avall se llamaría Baixaner, es que resulta de lo más obvio; en cuanto a Aribau, se llama así porque va hacia arriba (aunque al nombre de la calle le falta una erre). En la calle de Casanovas (Balaguer no tenía claro si se debía llamar «Casanova» o «Casanovas») deben de haber habido casas nuevas. Cal Boso es, bueno, eso, Chez Boso, que no sé quién era el tal Boso ni me importa gran cosa, ¿por qué tendría que importarme?; parece que ahí debe de haber habido un hotel-apartamento, por eso se lo conocía como Cal Boso, Telo (creo que ahora le han puesto otro nombre). Y así sucesivamente, ¿no? ¿En serio pensaban que nos íbamos a estudiar los significados de los nombres de las calles? Bueno, y en cuanto a la Avenida del Generalísimo Franco y la de Primo de Rivera, pues como que no.

Consecuentemente, como los legisladores y los burócratas creen en estas tonterías, dedican muchísimo tiempo a documentar sus creencias, y en cambio muy poco a documentar la historia real de las calles. Tomemos como ejemplo la calle de Llança. Figura, según las fuentes oficiales (rotulación, catastro, nomenclàtor) que es la calle de Llança, no de Llançà, que es como todo el mundo la conoce. Debe su nombre a una persona que a nadie le importa un pimiento: un tal Conrado Lancia o Conrad Llansa o Llança, que no se sabe muy bien cuál es la grafía, pero en todo caso es una palabra llana. En algún momento anterior a 1880, la gente empieza a ponerle un acento al final, al nombre de la calle, y entonces pasa a ser la calle de Llansá: el ciudadano pensaba que se refería al pueblecito de la Costa Brava. El Nomenclàtor de 1934, en catalán, catalaniza el nombre: Llançà. Los franquistas retrotraen a Llansá en 1939. El Nomenclàtor de 1980 recatalaniza, Llançà, pero atribuye el nombre «al pueblo del Ampurdà». En el suplemento de 1982 se cambia Llançà por Llança, y se vuelve a dar la referencia del tal Conrado ese, que nadie sabe quien es ese militarote ni le importa un pimiento (y en cambio, Llançà es un pueblecito precioso).

Bueno, pues el Nomenclàtor oculta que la calle se ha llamado de Llansá durante más de cien años. Se corrige el error, «Señor Director, ya está corregido, ¡qué alivio!», «Menos mal, Loperena, ¡mire que estábamos quedando mal!», y mientras tanto, la Historia aprovecha para escapar por la ventana. Ya veis que tengo algunas diferencias, con el Nomenclàtor: en realidad, es una historia de amor-odio.

Josep Maria


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