Blog de Josep Maria Blasco


Ciencia, religión, y compromiso ontológico


Publicado el 6 de julio de 2022.
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[En un foro de internet, una participante («A.») se ha referido a «lo real no perceptible», lo que ha motivado a «Joan» a responderle que aquello que no es perceptible no puede ser real, y que sólo puede ser real aquello que es perceptible (donde «perceptible» se entiende, claro está, en un sentido ampliado, que incluye el uso de todo tipo de instrumentos científicos). Es en el contexto de esta conversación que se inserta la contribución que sigue — JMB].

Hola, Joan

Algunos comentarios sobre tu posición, que expresas de un modo muy claro, y sobre el contexto en el que la has emitido.

Vamos primero con lo segundo.

Comenzaré con algunas cosas que, sospecho, son sabidas por todos.

Alrededor del Renacimiento se inicia, en lo que podríamos denominar (si no somos demasiado quisquillosos al respecto) «el pensamiento occidental», una modificación decisiva: se empieza a considerar que no es de recibo hacer intervenir, en los razonamientos y en las explicaciones que se dan sobre la realidad misma y su transcurso, a ningún tipo de entidad ultraterrena.

Ejemplo. Yo veo ante mí una botella de rico Whisky. Me dirijo, relamiéndome, hacia la nevera, con la intención de ponerme una Cola-Cola y un poco de hielo. Cuando vuelvo, la botella de Whisky ha desaparecido.

¿Qué ha sucedido?

Una explicación podría ser la siguiente: «Dios, en su infinita sabiduría, ha querido poner a prueba mi templanza, haciendo desaparecer la botella».

Otra podría ser: «El Maligno, con la aviesa intención de conseguir mi condenación eterna, ha escondido la botella, para hacerme vacilar en mi fe».

Etcétera.

Una versión más sería la siguiente: «El cabrón de mi compañero de piso me ha birlado otra vez la botella; seguro que después lo niega; ya lo ha hecho varias veces. Esta vez lo mato, te lo juro».

Bueno. A partir del Renacimiento, se supone que las dos primeras explicaciones quedan descartadas de entrada. No se admiten como explicación. Se supone no tanto que las entidades ultraterrenas no existen, sino que, en caso de que existan, no intervienen de ningún modo en el mundo. Y, por tanto, que la cuestión de si existen o no existen se torna irrelevante para el transcurrir del mundo y su explicación, como muy bien argumenta Joan en su correo.

A este cambio, que sucede muy lentamente, a través de los siglos, podemos denominarlo «cambio de paradigma», o «cambio de cosmovisión (Weltanschauung)».

Por ejemplo, Alexandre Koyré tiene un libro (magnífico, y por cierto muy recomendable) titulado Del mundo cerrado al universo infinito. Pasamos de un «mundo» a un «universo». Poca broma.

En la actualidad, una de las expresiones más conocidas de la nueva cosmovisión que se ha ido instalando desde el Renacimiento es el llamado Principio de Parsimonia, también conocido como Navaja de Ockham, que enuncia: «no hay que multiplicar innecesariamente las entidades».

Pero, ¡cuidado!, que se trata de cosmovisiones. Poca broma, las cosmovisiones. Para cada cual, se confunden con «la realidad». Uno no cree, normalmente, que está instalado en una cosmovisión, sino que cree que «las cosas son así«.

Si uno está del lado del Principio de Parsimonia, le resultarán molestas las referencias a (por ejemplo) la Unicornio Rosa Invisible. Y si está del lado (pongamos) de los pastafarianos, no comprenderá cómo alguien puede ser capaz de renunciar a la perspectiva futura de un volcán de cerveza y una fábrica de strippers; debe de ser, sin duda alguna, que no han sido, todavía, tocados por su Apéndice Tallarinesco.

He dicho «cuidado». Y hay que tenerlo, porque, en caso contrario, las conversaciones se vuelven completamente imposibles.

Por eso el lógico Willard Van Orman Quine recomendaba lo que él llamaba el compromiso ontológico. Vendría a significar lo siguiente: mostremos todos de entrada nuestras cartas, expresemos con la máxima claridad con qué entidades estamos comprometidos, y así la conversación podrá llegar a buen puerto.

Algo similar quería decir Leibniz con su famoso «Calculemus!».

Si estamos discutiendo de Física, no es de recibo que, en determinado momento, yo diga, sacándomelo de la manga y sin haber avisado previamente sobre mi creencia: «Es que la Unicornio Rosa Invisible hace innecesaria la materia oscura, porque puede modular a voluntad la forma de la rotación de las galaxias».

Si me he comprometido ontológicamente, habré de decir, antes de comenzar la conversación: «Un momento, que yo creo en la Unicornio Rosa Invisible, que, además, está dotada de tales y cuales superpoderes».

Entonces, si mi interlocutor acepta el debate, ya sabe dónde se mete. Él sabrá lo que se hace.

Por eso es estupendo que A. sea tan clara como lo ha ido siendo en cuanto a las entidades con las que está comprometida: Dios, la Santísima Trinidad, etcétera.

Muestra sus cartas, no oculta nada. Eso está muy bien, así sabemos de qué estamos hablando.

Y por eso también, creo yo, habla de cosas «no perceptibles, aunque reales». No hay nada que objetar, al respecto, claro está. Pero entonces no sirve de nada argumentar como lo hace Joan, porque cada uno está en un paradigma distinto, en una cosmovisión distinta, en una Weltanschauung distinta. El repertorio ontológico es distinto para cada cual. La conversación se ha vuelto imposible.

Por eso, y para ser muy claro: yo no quiero discutir de absolutamente nada con alguien que exhibe un repertorio ontológico así. No porque tenga algo en contra de ello, que no tengo nada en contra, sino porque no estoy interesado en absoluto en ponerme a discutir acerca de los diversos superpoderes de esas distintas entidades.

Dicho de otra manera, y para que no pueda acusárseme de sectarismo (ya que todo termina por ser posible): acepto gustoso discutir de lo que sea con cualquiera, siempre que seamos claros sobre que no haremos intervenir, de ningún modo, a ninguna entidad ultraterrena en la discusión. Ni siquiera mencionándolas. Es decir, no me meto con la creencia del otro: que tenga la que le dé la gana, que yo no me meteré, de ningún modo, con ella; ¿por qué tendría que hacerlo? Pero me niego en redondo a conversar, a menos que esté seguro de entrada de que jugamos todos con las mismas cartas. No estoy para sorpresitas de última hora, ni para perder el tiempo.

Lo que no quiere decir que yo no pueda, como ya lo he hecho en varias ocasiones, en este hilo y en otros, dedicarme al comentario de texto: «esto es tomista, etcétera». Pero sólo eso, hasta ahí.

Porque estoy en otra cosmovisión. Cada uno en la suya, y Dios en la de todos.

Un abrazo,

Josep Maria


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