Blog de Josep Maria Blasco


Una entrevista en Xataka, y la sociedad líquida


Publicado el 9 de agosto de 2022.
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El 14 de octubre de 2019, me contactó por email Carlos Prego, periodista y colaborador de Xataka, para hacerme una entrevista. En sucesivos correos acordamos que me mandaría una serie de preguntas por escrito; el día 15 le mandé mis respuestas, y el 17 me pidió una foto, para incluirla en la entrevista; se la mandé ese mismo día. También le pedí que tuviese la amabilidad de avisarme, cuando la entrevista estuviese publicada, para que pudiese echarle un vistazo. La verdad es que me hacía una cierta ilusión el asunto.

La entrevista, que forma parte de un artículo mucho más largo titulado «Los viejos roqueros de Internet fueron utópicos y revolucionarios, ahora luchan contra la Red actual», se publicó el 13 de noviembre de 2019, prácticamente un mes más tarde del primer contacto. Después de un repaso a las figuras de algunos pioneros mundiales de Internet, como Tim Berners-Lee o Richard Stallman, el texto se centra en España, y recoge, primero, las opiniones de Juan Quemada (somos viejos conocidos: salimos los dos en Cómo creamos internet, de Andreu Veà, y además coincidí con él el 11 de junio de 2011, en la Campus Party de València, donde nos entregaron, a varias personas, un premio a los pioneros de Internet en España); después aparezco yo, y finalmente Miguel Pérez Subías y Marta Peirano, a quienes no conozco.

La verdad es que el trabajo que ha hecho el periodista con lo que yo le mandé está bastante bien. No sólo no me hace quedar como un imbécil (hoy en día, esto ya no está garantizado, por desgracia), sino que ha sabido resumir con eficacia y buen criterio el material enviado; como, además, le escribí sin ocultarle que ahora trabajo de psicoanalista, mis opiniones quedan bien, en el sentido de que presentan un punto de vista bastante inusual para un medio como Xataka, y eso les confiere —pienso yo— variedad y un cierto interés.

La única pega que le pondría al artículo es que me describe como alguien que «colaboró con Berthold Pasch en el Centro Científico de IBM Heildelberg para planificar la migración de la red EARN a protocolos OSI». Aunque eso no es, en sí mismo, completamente falso, resulta, para decirlo todo, bastante irrelevante. La verdad es que IBM sólo me contrató durante un mes, porque yo necesitaba estar fuera de España (para no tener que hacer la mili: se me habían terminado las prórrogas por estudios) y mi nuevo contratador, la Gesellschaft für Mathematik und Datenverarbeitung (GMD), un monstruo semi-público burocrático y lento, todavía no tenía listo mi contrato. Con Pasch (que, por cierto, era una persona encantadora) no hice casi nada; fue mucho más importante lo que hice en Barcelona, e incluso lo que hice, después, en Bonn, que ese único mes en Heidelberg. No sé de dónde sacó el periodista esa información, que yo no le facilité; debió de mirar algún currículum mío, de los que corren por la red, y esa debió de parecerle la información más destacable. Un error menor, en todo caso, para un artículo que, por lo demás, y como ya he dicho, está muy bien.

«¿Y la sociedad líquida? ¿Qué tiene que ver con todo esto? Lo has puesto en el título...».

Ah, sí; ya voy. Bueno, lo de la sociedad líquida tiene que ver con esto: a pesar de que le pedí al periodista que me avisase cuando se publicase la entrevista, no lo hizo. No sé por qué, pero no me avisó. La verdad es que me supo bastante mal. Ahora explico por qué.

Pero antes, una aclaración. Quiero que se entienda lo que va a seguir. Voy a evaluar el comportamiento del periodista, pero no estoy enfadado con él. Al contrario, le estoy agradecido: a fin de cuentas, ha publicado la entrevista y me ha dado un poquito de una visibilidad que, aunque ya no necesito, siempre resulta agradable. Carlos Prego no ha hecho nada que no hubiese hecho otro, en una circunstancia similar; todo el mundo, o casi todo el mundo, parece comportarse, al respecto, de una manera similar. Lo que quiero criticar aquí es cómo estamos haciendo las cosas, no a este periodista en concreto. Quiero que se entienda bien: no se trata de algo personal.

Bueno, pues al asunto. Como decía, me supo bastante mal. Lo primero que sentí fue decepción y, para decirlo todo, también una buena dosis de cabreo: pensé que Prego había descartado el material que le había mandado (ni se me pasó por la cabeza, que podía haber llegado a publicarlo sin avisarme). «Claro», pensé, «está en su derecho; sólo faltaría que tenga que publicar todo lo que le mandan; si yo estuviese en su situación, me vería obligado a hacer lo mismo en más de una ocasión». De todos modos, aunque creía comprender al periodista y en cierto modo hasta sabía disculparlo, todo el asunto me seguía sabiendo mal, claro está; no es agradable sentir que se tiran las opiniones de uno a la basura. Como ya me había pasado muchas otras veces, que la gente me pedía cosas y después no me daban ni las gracias, me volví a proponer (después siempre acabo por no cumplirlo) dejar de colaborar, en el futuro, con desconocidos: todos terminaban por ser, me decía, unos perfectos desagradecidos.

Después me fui olvidando del asunto, y sólo me acordaba del tema cuando me volvían a hacer el mismo truquito, lo de pedirme algo y después desaparecer; como ya he dicho, siempre termino por dejarme liar una vez más. Cada vez que me volvía a pasar, me volvía a acordar del periodista de Xataka. Hacía la serie de las relaciones líquidas, refunfuñaba un poco para mis adentros, me volvía a prometer no volver a dejarme engañar, y después me olvidaba de todo, también de mis buenos propósitos, y, hala, hasta el próximo disgusto.

Hasta ayer. Mirando las estadísticas de Google, se me ocurrió ver qué enlaza a mi currículum, y, por casualidad, me encontré con esto. Al final, sí que se había publicado la entrevista. Hace casi tres años.

Bueno, y ahora —queridos niños—, la morale de cette histoire. A mí me parece muy sencillo, sacar la moraleja de esto. Veamos:

  1. Cuando el periodista me pide mis opiniones, me está pidiendo que trabaje para él, porque le escribo más de la mitad del artículo (o de la parte en la que aparezco yo, etcétera). Gratuitamente, ¿verdad? Yo no cobro nada. Le he dado algo a cambio de nada; va a tener que corresponderme, de algún modo. El periodista pasa a estar en deuda conmigo. Una manera de ir correspondiendo y pagando esa deuda es tratarme mínimamente bien. En particular, si le pido que me avise, pues avisa, hombre, que no es tan difícil. Antes, a esto, se le llamaba «buena educación». Ahora, como todo el mundo se comporta así, ya no sé cómo se llama. O quizás ha desaparecido, en el imaginario social, el concepto mismo de correspondencia. Es lo que parece pensar Bauman. Es, también, un mundo en el que no quiero vivir. Me niego en redondo a hacerlo. Justamente por eso estoy escribiendo esto, aquí, ahora.
  2. La omisión de ese (así lo considero yo) deber de correspondencia produce un daño subjetivo (en mí, en este caso: ya lo he contado más arriba), insidioso (va y vuelve, pero te va erosionando, te va royendo) y completamente evitable (por el sencillo expediente de avisar en su debido momento). Ese daño, además, atenta contra lo social mismo, pues me desalienta (y no estoy hablando de mí, estoy poniendo mi caso como el caso general), en el futuro, a colaborar con otros: me transforma, de alguna manera, en un ser menos dispuesto a cooperar, en definitiva, en una persona menos social. No sólo es uno el que va siendo erosionado por dentro, sino que lo que se erosiona es lo social mismo.

Y es que la sociedad también es, en buena parte, lo que hacemos nosotros con ella. Y la política, la de verdad, la de la polis, la de la vida cotidiana, pues lo mismo: en gran parte, es lo que hacemos con ella. Somos nosotros los que elegimos, y modelamos, con nuestras decisiones, el mundo en el que, a continuación, vamos a vivir. Según lo que hagamos, contribuimos a hacer un mundo más bonito, más elegante, más verdadero, más justo; más vivible. Y, según lo que hagamos, pues lo destruimos un poco. Sin darnos mucha cuenta, pero lo hacemos.

Parece que no nos queramos dar mucha cuenta (y me da un poco de vergüenza tener que decir esto), pero lo que sucede con el mundo depende de nosotros.

Si no es de nosotros, ¿de quién va a depender?


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