Blog de Josep Maria Blasco


Las necesidades sexuales no existen


Publicado el 2 de septiembre de 2022.
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Hola,

Me gustaría plantear y argumentar lo que se anuncia en el título del email: que las necesidades sexuales no existen.

Me doy perfecta cuenta de que la mía es una aseveración que va a resultar polémica: de las supuestas necesidades sexuales habla todo el mundo; hasta la prensa mainstream se hace eco de la idea.

Por poner sólo un ejemplo escogido al azar, en la edición digital del diario barcelonés La Vanguardia del día 23 de junio de 2020, encontramos un artículo titulado «¿Qué hacer si en una pareja uno siempre tiene más ganas de sexo que el otro?». Significativamente, uno de los destacados que operan a modo de subtítulo es el siguiente: «Las necesidades sexuales dispares son motivo frecuente de queja y conflicto en las parejas» (énfasis propio).

En el campo de la psicología, un psicólogo tan importante y con una obra tan difundida como Abraham Maslow incluye el sexo dentro del nivel más bajo y más amplio, el de las «Necesidades fisiológicas o básicas», en su pirámide de las necesidades humanas, en la cima de la cual encontramos también una supuesta «Necesidad de autorrealización».

Todo el mundo, en fin, habla de sus necesidades sexuales. De si se le han incrementado, de si las satisface o no, de si tiene más o menos que su pareja o que sus partenaires, etcétera.

De hecho (y esto ya lo vio con toda claridad Foucault), vivimos en una época en la que se le da una importancia desmesurada a un ejercicio supuestamente «sano» de la sexualidad. Pongo la palabra «sano» entre comillas, porque la definición de lo que es sano, y la misma delimitación entre lo que se considera sano y lo que se considera insano, son asuntos de una variabilidad tan tremenda: según el momento histórico, la cultura, la religión, la zona geográfica, etcétera, se considerarán «sanas» y hasta deseables determinadas prácticas que a nosotros, por poner un ejemplo, nos pueden parecer completamente inaceptables, o hasta repugnantes, delictivas, etcétera.

Esa variabilidad debería de hacernos sospechar. Las necesidades verdaderas no dependen de la cultura. Tomemos como ejemplo el hambre: no es que hay culturas en las que se necesita comer y otras en las que no: en todas ellas se come; se comerá más cantidad o menos cantidad; se comerá esto o aquello; se comerá de un modo más o menos «sano», según las distintas definiciones que podamos estar manejando de salud; pero en todas las culturas se come. El ser humano, si no come, se muere. Por eso comer es una necesidad.

Es la tercera de las acepciones de «necesidad» de la Real Academia:[1] «Carencia de las cosas que son menester para la conservación de la vida».

Con el comer pasa eso. Con el beber pasa eso. Con el dormir, también: por eso es una forma de tortura no dejar dormir a alguien, cosa que ha sido ampliamente aprovechada por los torturadores profesionales.

Desde este punto de vista, está claro que tener sexo no puede ser una necesidad. Nadie se ha muerto por no tener sexo. Es posible que se sienta infeliz, o desgraciado; pero, lo que es morirse, no se muere. En serio: pensadlo bien. No se muere de eso.

De las otras acepciones de «necesidad», la cuarta y la sexta son demasiado específicas («Falta continuada de alimento que hace desfallecer»; «Evacuación corporal de orina o excremento»), mientras que la quinta resulta demasiado teológica («Peligro o riesgo ante el cual se precisa auxilio urgente»), aunque, en realidad, no vaya nada desencaminada.

Nos quedan, pues, las dos primeras, que en realidad terminan por remitir a lo mismo. La primera dice «Impulso irresistible que hace que las causas obren infaliblemente en cierto sentido», y la segunda «Aquello a lo cual es imposible sustraerse, faltar o resistir» (los énfasis son todos nuestros).

«Necesidades sexuales» tiene que remitir, entonces, a una de estas dos últimas acepciones (o bien el diccionario es una completa porquería, cosa que también podría ser, aunque aquí no exploraremos esa posibilidad). De este modo, la sexualidad aparecerá como lo irresistible, lo que nos va a llevar infaliblemente hacia algo, aquello de lo que no es posible sustraerse, etcétera.

Si acudimos a la literatura, encontramos un elemento que nos falta y complementa lo que ya hemos hallado: la naturalidad, la equiparación y el enmarcado, de las supuestas necesidades sexuales en la naturaleza.

El enmarcado: las necesidades sexuales serían, así, necesidades naturales, como el comer y el beber. Por nuestra naturaleza misma, deberíamos practicar el sexo; sólo quedaría, entonces, ocuparse de hacerlo de una manera «sana», socialmente aceptable, que le plazca a Dios (si creemos en Ella), etcétera.

La equiparación: las pasiones sexuales se comparan continuamente con los fenómenos naturales: se habla de un «torrente de pasión», de una «tormenta amorosa», de un «terremoto afectivo», de una «catástrofe sentimental»; se hacen menciones a la sexualidad «otoñal», y se compara la sexualidad de los seres humanos con la de los animales o vegetales, reales o mitológicos: este es un «cabrón», este es un «cornudo»; este otro es un «sátiro»; ella puede ser una «ninfa», o, por el contrario, comportarse «como un vegetal»; etcétera.

Necesaria para la vida, y natural, entonces: así sería la sexualidad, para el ser humano, y por eso ejercer la propia sexualidad sería una «necesidad».

Uno no se opone, no lucha, contra un terremoto. No sabría cómo hacerlo. No se opone, no lucha, contra un ciclón, contra un tornado; contra el desbordamiento de un río. Del mismo modo —piensa ese ser humano postromántico y un poco tonto que realmente somos, más allá de que ello nos guste más o menos—, no se opone uno, no lucha, con sus propias necesidades sexuales.

Y si lucha (por ejemplo, porque es una persona religiosa), entonces luchará, pero sigue sintiéndose pequeño, pequeñísimo, frente a algo natural y enorme, mucho más antiguo y más grande que él, un coloso, una cordillera, un volcán... O un ángel caído, un demonio. Y ¡uno es tan pequeñito! Lucha, sí; aun así, no puede poner en cuestión que tenga «necesidades naturales».

«Y, sin embargo, tú dices que las necesidades sexuales no existen. ¿Cómo puedes decir eso, después de todo lo que hemos visto?».

Por una razón muy sencilla: porque las supuestas necesidades sexuales se las puede satisfacer uno mismo, él solito, con las manos, o con la ayuda de algunos instrumentos o de determinados estímulos externos.[2]

Si hubiese una parte del cuerpo que la frotases y se te pasase el hambre, si existiese una parte del cuerpo que la frotases y se te pasase la sed, no habría hambre ni sed en el mundo.

Si existiese una parte del cuerpo que la frotases y se te pasase la necesidad de dormir, frotarse sería obligatorio y tendríamos que trabajar dieciséis horas para poder pagarnos una mierda de vida de subsistencia.

¿Lo veis? Una cosa que se puede satisfacer frotándose no puede ser una necesidad.

Debe de ser otra cosa.

Pero, sin embargo, lo seguimos llamando necesidad. ¿Por qué?

Bueno, es que tiene sus ventajas. Al menos, para algunos. Si creemos que es una necesidad, como ya hemos visto, nos tendremos que acoger a las dos primeras acepciones, ¿verdad? Entonces los impulsos sexuales serán «irresistibles». No nos podremos «sustraer» ni «faltar» a ellos. Y, por tanto, nos creeremos autorizados para exigir a nuestros partenaires que «satisfagan nuestras necesidades», o al menos que lo intenten. Del mismo modo que nadie le negaría la comida o la bebida a alguien a quien se ama, no nos podrán negar la satisfacción de nuestras «necesidades» sexuales.

Y, si lo hacen, será un drama: empezaremos a pensar que quizás nos iría mejor con otro partenaire; comenzaremos a fantasear en satisfacer nuestras «necesidades» en otro lado; le haremos chantaje a nuestra pareja («Mira: yo tengo mis necesidades; si no las puedo satisfacer en casa, ...»).

En definitiva, todo nos llevará hacia una situación en la que el otro iría teniendo cada vez más el deber de atender nuestras «necesidades», con una independencia cada vez mayor de sus propios deseos o «necesidades».

En el límite, vamos a hacer esto, que yo lo necesito y tú, pues bueno, en fin, son mis necesidades. No querrás que me busque fuera lo que no tengo en casa.

Y así se abre la puerta a todas las violaciones. Que, por si no tenéis claro lo que quiere decir, es hacerle hacer al otro lo que no tiene ganas de hacer. No hace falta tener en la mano una navaja o una pistola. El chantaje también es un arma.

Cuando todo se podía haber arreglado con una visita rápida al lavabo (o a cualquier otro lugar donde uno goce de una cierta intimidad).

¿Cómo hemos llegado hasta aquí? Parece un poco drástico, ¿no?, tener que elegir entre la violación y la visita al lavabo.

Bueno, son frases que se van repitiendo. «Jo, tío, tres meses sin estar con una tía, te van a reventar los...»; o «Hala, tía, dos años sin acostarte con nadie, te van a salir telarañas», ja, ja. La gente se ríe, ja, ja, ja, ja, ja, con estas cosas, pero, después, en su casa, se queda dándoles vueltas. En los dos sentidos. El primero: «¿Será verdad? ¿Me van a explotar, realmente?». Y el segundo: «En todo caso, si no me comporto como si realmente me fueran a explotar, igual piensan que no soy suficientemente hombre. O, peor, igual es que, realmente, no soy lo suficientemente hombre».

De modo que el tema siempre se aborda como si fuese en broma, pero se termina manejando como si fuese en serio.

Claro, si el riesgo es que te vayan a explotar los cataplines, ¿qué importancia puede tener que a ella, ese día, no le apetezca demasiado chupármela? Son mis cataplines, ¡joder!, que uno tiene sus necesidades. Anda, venga.

Y no me vengáis con que a vosotros nunca os ha pasado. Con que tampoco conocéis a nadie a quien le haya pasado. Con que nunca haríais una cosa así. Con que a vuestros hijos les habéis enseñado algo distinto. Me alegro mucho, oyes, de que seáis tan estupendos y, además, hasta os felicito, mira; pero, si realmente creéis que lo que acabo de describir no es un problema como una casa, si no veis que está muy, pero que muy extendido; o si incluso vais más allá y pensáis que todo lo que he contado son cosas que no existen, tengo un consejo para vosotros: salid a la calle, hablad con la gente, escuchad las letras de las canciones, ved porno, leed alguna novela; fijaos en lo que pasa en el mundo, no en cómo os gustarían que fuesen las cosas.

Y, antes de que escuche la objeción: esto que describo no es algo que les pase a nuestros pacientes, queridos amigos. Son cosas que les pasan a la gente, de todas las edades, de todas las clases sociales, de todas las creencias, de todos los sexos y géneros, en nuestro país y en muchos otros. Les tocará violador o violado; pero, lo que es pasarle, le pasa a muchísima gente (a la mayoría). Recordad, también, que Maslow no nació precisamente en Palencia.

Por eso escribí, en otro lado: «No existen las necesidades sexuales, esa es siempre la excusa del que te quiere violar».

Es un problema como una casa, o así me lo parece. Y los problemas, para poder abordarlos, tienen que ser reconocidos primero.

Josep Maria


Notas

1 Todas las referencias a la Real Academia están tomadas de la Actualización 2021 de la Edición del Tricentenario del Diccionario de la Lengua Española, en línea, https://dle.rae.es/ (consultado el 20220902). 
2 En mi época, desde luego, lo hacíamos casi todo de cabeza; es esa la razón, sin duda alguna, de que hayamos salido más inteligentes. 

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