Blog de Josep Maria Blasco


La dictadura de la ideología


Publicado el 23 de abril de 2024.
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Hola,

Quiero felicitar a la autora del libro, y celebrar que se escriba contra la cancelación, que me parece un fenómeno realmente atroz, importado del más espantoso de los puritanismos estadounidenses.

Querría aprovechar, también, para proponer una objeción al título completo del libro. Voy a reproducirlo primero aquí, y después explicaré lo que quiero decir. El título es «Cancelación. Manual contra la dictadura de la ideología, el pensamiento binario y el odio político», y la objeción se refiere al uso de la palabra «ideología». Me parece que está mal empleada y (más allá de que la autora sea o no consciente de ello), además, está usada de una manera torticera, sesgada y malintencionada.

Deseo insistir expresamente en ello: no estoy atribuyendo intenciones a la autora, cuyo esfuerzo por criticar la cultura de la cancelación me parece, además de necesario, muy meritorio, sino la difusión de una cierta manera de usar la palabra «ideología».

Veamos. La «ideología», según la RAE, es un «conjunto de ideas fundamentales que caracteriza el pensamiento de una persona, colectividad o época, de un movimiento cultural, religioso o político, etc.». Podemos, pues, siguiendo esta definición, hablar de la ideología de una persona, de la ideología de una colectividad, de la ideología de una época, de la ideología de un movimiento cultural, o de un movimiento religioso, o de un movimiento político, y así sucesivamente.

Lo que no cabe es hablar de «la ideología» a secas. ¿Por qué? Porque equivale a hablar de «el conjunto de ideas fundamentales». Si uno dijese «el conjunto de ideas fundamentales», rápidamente alguien le preguntaría «Las ideas fundamentales, ¿de quién?». ¿No es así? Pues, del mismo modo, cuando se dice «la ideología», hay que decir de quién es, esa ideología.

Del mismo modo, la expresión «dictadura de la ideología» aparece, entonces, como carente por completo de sentido. Primero habría que averiguar de quién es esa ideología que se ha instalado como una dictadura. ¿Verdad? Es algo muy claro, diáfano. Funciona como los verbos transitivos. No puedo decir «Yo le dije idiota», sin decir a quién: la frase es incorrecta, le falta un trozo; como diría Frege, es insaturada. «Dictadura de la ideología» es como «Yo le dije idiota». En cambio, «dictadura de la ideología de los Abogados de la Unicornio Rosa Invisible» se entiende muy bien, y además se corresponde con el estado de cosas; es que son muy cansinos ya, siempre intentando cerrar exposiciones. Y «Yo le dije idiota al que nos metió en la guerra de Irak» también se entiende, perfectamente, ya no es insaturado, y además es encomiable, y saludable de repetir muchas veces, por ejemplo cada mañana.

¿De dónde sale, este uso incorrecto de la palabra «ideología»? De ciertas corrientes políticas, que quieren presentarse, ellas mismas, como carentes de ideología. Observad que, según la definición de la RAE, es imposible no tener ideología: mi ideología son, precisamente, mis ideas fundamentales. Cuando alguien, un partido o una persona, acuse a otro de ser «ideológico», preguntadle cuáles son sus ideas fundamentales. Si os responde contándoos alguna, le podéis decir: «esa es, entonces, tu ideología; ¿me puedes explicar qué criticas en el otro, cuando lo llamas “ideológico”? ». Y si os responde que no tiene ninguna y es un partido político, ya sabéis con quién estáis hablando.

¿Que no me entendéis? Con Franco, hombre, con Franco, que decía aquello de «Haga como yo, no se meta en política».

Un conceptito más, antes de pasar a la publicidad: la naturalización. Lo explico, que es muy sencillo de entender, ya veréis qué fácil. Cuando quiero hacer que triunfe una opción mía, una decisión mía, un interés mío, me conviene hacerles creer a mis opositores que esa opción, decisión o interés no son, en realidad, tales, sino que forman parte de la Naturaleza misma. A fin de cuentas, nadie en su sano juicio se opone a la Naturaleza; puede uno intentar protegerse de sus efectos, construyendo por ejemplo casas resistentes a los terremotos, o aminorar sus efectos, como con la catástrofe climática; pero no se pelea uno con el hecho de que el sol salga cada mañana, o con la ley de la gravedad, a menos que esté mal de la chaveta.

Por eso los fundamentalistas que se oponen a la homosexualidad —como Rouco Varela, o Putin— intentan convencernos de que ella no existe en el reino animal (lo que, además, es rotundamente falso): el errado silogismo que acompaña a la comparación consiste en decir que, siendo nosotros también animales, no deberíamos etcétera etcétera con personas de nuestro propio sexo. El silogismo es errado, porque el primer hámster que tuve, hace muchos años ya de ello, devoró por completo a sus crías recién nacidas —algo que, por lo visto, no es nada inhabitual—, y a nadie se le ocurre extraer de ello lección moral alguna, ni tampoco recomendaciones para las jóvenes madres (aunque, bien mirado, en algunos casos, uno llega a pensar que no hubiese sido tan mala idea).

Similarmente, se buscan animales que vivan en pareja. En el mundo animal, hombre, no lo que estás pensando. No seas bestia, que es para extraer lecciones morales.

Si mi pensamiento es «lo natural», entonces yo tengo la razón, nadie puede ir contra mí, es de locos oponerse a lo que digo, como sería de locos intentar detener el decurso del sol en el cielo, etcétera. Está lo que pienso yo y, fuera de eso, la locura.

Y, si mi pensamiento es lo natural y el pensamiento del otro es la locura, entonces sólo cabe, a esa locura, denostarla. Será un error, algo antinatural, hasta un pecado. Será ideología.

¡Como si yo no tuviese la mía! Ideología tenemos todos. Si no tengo ideología, no tengo ideas fundamentales. Hasta el Movimiento Nacional tenía sus Principios. Que son ideas, ¿verdad?

Pues bueno, ya está. «Dictadura de la ideología» es una frase insaturada, que carece de sentido. Se enmarca en una tradición, profundamente ideológica ella misma, que pretende que la ideología es un defecto de los opositores políticos, y el no tenerla una virtud propia. En lo cual se equivoca, porque no tener ideología equivale a no tener ideas. Y ideas, los que defienden eso, está claro que las tienen, y a porrillo. De lo que no tienen ni idea es de cómo funciona el diccionario.

Reitero, pues, mis felicitaciones a la autora, vuelvo a animarla en su lucha contra la abominable cultura de la cancelación, y me permito el atrevimiento de sugerirle que, para la segunda edición de su libro, corrija este error, bastante odioso, que aparece en el título, y que estropea su mensaje. Estoy convencido de que no lo ha cometido aposta, sino que se ha dejado llevar, sin advertirlo, por determinadas ideologías.

Josep Maria


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