Textos para pensar


Estricturas en psicoanálisis: incontaminado, riguroso, virginal, estrecho

Josep Maria Blasco [CV]

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Agradecimientos

Enric Boada aportó las citas de Huai-hai, Bashō y el Ts’ai Ken T’an de Tzu-Ch’eng; Pilar del Rey realizó una minuciosa y detallada corrección profesional del texto; leyeron también distintas versiones del manuscrito y lo enriquecieron con sus comentarios y sugerencias Carlos Carbonell, Norma Cirulli, Juan Carlos De Brasi, Silvina Fernández, María del Mar Martín, Olga Palomino y Eva Rodríguez. A todos ellos, mi más sincero agradecimiento.


Agua demasiado pura no contiene peces
Hung Tzu-Ch’eng (洪自誠)

1. Introducción

Es cada vez más frecuente, en la literatura psicoanalítica, encontrar expresiones como «puramente psicoanalítico» (o «puramente analítico»), «estrictamente psicoanalítico» (o «estrictamente analítico»), etcétera. ¿Qué se quiere decir, exactamente, con ellas?

Lo más llamativo es que, en muchas ocasiones, el uso de los calificativos «puro» o «estricto» parece ser redundante.

Veamos algunos ejemplos:[1] en el segundo volumen de su Historia del Psicoanálisis en Francia [20, p. 355], Roudinesco escribe: «Valabrega había escogido el término “phantasme” a fin de especificar el uso estrictamente psicoanalítico del término»; en El cuerpo de la obra [1, p. 279], Didier Anzieu escribe: «Este vuelco, desde un punto de vista estrictamente psicoanalítico, no es más que para cubrir la angustia, [...]»; en Enseñanza de 7 Conceptos, Juan David Nasio escribe: «para hablar con todo rigor, en el inconsciente no hay representaciones del otro, sino tan sólo representaciones inconscientes [...]»[2] [17, p. 141], y después: «me veré llevado a utilizar la palabra “objeto” sin poder evitar en todos los casos la ambigüedad entre dos acepciones: la primera, muy general, empleada con frecuencia [...]; la segunda, estrictamente analítica, [...]» [17, p. 142].

En los tres casos se recibe la impresión de que las frases no hubiesen perdido nada si en vez de «estrictamente psicoanalítico» se hubiese escrito «psicoanalítico», o simplemente «analítico», y también la de que se hubiese podido substituir «estrictamente psicoanalítico» por «puramente psicoanalítico» sin cambiar la significación del texto. Eso hace que nuestra pregunta inicial cobre más interés: lo «puro» no coincide con lo «estricto», aunque sus significados se recubran parcialmente; y, por otra parte, lo que aparece como una redundancia intercambiable tiene que tener, sin duda, una significación, aunque ésta, por el momento, se nos escape. Por último, lo que despierta también nuestra curiosidad analítica es la insistencia con la que vemos aparecer estas expresiones.

2. Grupos de significados

Tanto «puro» como «estricto» tienen varias acepciones,[3] que pueden agruparse del siguiente modo:

  1. Lo «puro» como incontaminado, cuando se opone a «contaminado», «mezclado», «sucio». Ejemplos: «agua pura» (que no está sucia o contaminada), «alcohol puro» (que no está contaminado o mezclado con otros elementos). «Estricto» como «sin nada sobrante» confluye con esta acepción.
  2. Lo «estricto» como riguroso, «exacto», «preciso», «sin concesiones ni excepciones», a lo que podemos añadir, porque sus significaciones convergen sin recubrirse, lo «puro» como teórico, abstracto, cuando se opone a «aplicado», «práctico». Ejemplos: «deducción rigurosa» (la que es verdadera y concluyente), «matemáticas puras» (las abstractas, que no precisan de cálculos efectivos), «lógica pura» (la que no se refiere a ningún universo o modelo).
  3. Lo «puro» como virginal, virtuoso, casto, etcétera, cuando se opone a «impuro», «sucio», «obsceno», «corrupto». Ejemplo: «la pureza de la Virgen María».
  4. Lo «estricto» como estrecho, «sin amplitud en la interpretación». Este es el sentido más próximo a su etimología, ya que proviene del latín «strictus», participio pasado de «stringĕre»: «apretar», «comprimir».

Lo podemos esquematizar así:

incontaminadopuro, estricto
rigurosopuro, estricto
virginalpuro
estrechoestricto

Del sentido etimológico de «estricto» deriva también el término médico estrictura, «estrechamiento».

3. Lo incontaminado: de las compañías buenas y las que son malas

La primera acepción de la dupla (puro, estricto) que vamos a examinar es la que hemos reunido bajo el nombre de incontaminado. ¿Qué sería un psicoanálisis «mero, solo, no acompañado de otra cosa», qué uno «sin nada sobrante»?

3.1. Atendiendo al corpus escritural

Examinemos primero las obras de Freud y Lacan. Freud, desde luego, no se priva de «contaminarse» continuamente, con las religiones y su historia, con las teorías de masas, con el derecho, la antropología, la literatura y la poesía, ... la lista se haría interminable. ¿Y Lacan? Tampoco se priva de nada, aunque sus elecciones sean distintas: la lingüística, las referencias hegelianas, la topología, la lógica, la teoría de conjuntos, la teoría de nudos, ... otra lista infinita.

Un observador ingenuo podría objetar que esas incursiones freudianas y lacanianas no son más que aplicaciones de una teoría previamente existente y elaborada en otro lugar. Pero esto no puede ser así: el mejor y más completo texto freudiano sobre un concepto clave como es la identificación está en Psicología de las masas; nada se aplica allí que haya sido dicho previamente en otro sitio, y nada podría haber sido dicho en otro sitio sin recurrir al análisis de las masas. Lo mismo puede decirse de la teoría lacaniana del sujeto y la topología, por ejemplo, más allá del grado de acuerdo que a uno le suscite la cuestión.

3.2. Atendiendo a la historia del psicoanálisis

Si ahora centramos nuestra atención en la historia del psicoanálisis, nos encontramos con algo distinto, pues hace la serie de sus exclusiones: de ciertas interpretaciones de la religión (Jung), del cuerpo y el marxismo (Reich), de la grupalidad (en la interpretación usual según la cual para Lacan los grupos serían «obscenos»), de la institucionalización del psicoanálisis mismo,[4] etcétera.

Aquí, lo «puro» y lo «estricto» aparecen como cicatrices dejadas por ciertas amputaciones, como congelamientos devenidos doctrinarios de traiciones y decisiones políticas, como exaltaciones por inversión de determinadas impotencias y cegueras. Señalan una serie de deudas del psicoanálisis: cuerpo, religión, grupo, institución...; aparecen como adhesiones, partidarias y fideístas, que no hacen otra cosa sino reproducir las exclusiones de las que son huella y que recubren, marcando incesantemente fronteras, que aparecen como naturalizadas, y que delimitarían lo que «es psicoanalítico» frente a lo que «no es psicoanalítico». En última instancia, operan como una serie de interdicciones: de leer a los impuros, de volver a pensar lo impuro que ellos pensaron, de conectar impuramente con determinados temas no analíticos, y, en resumidas cuentas, de pensar.

3.3. Atendiendo a sus efectos en la clínica

Lo llamativo es que esas interdicciones no son, en general, experimentadas como tales, sino, por un efecto inverso de cohesión, como un reforzamiento de la creencia en la especificidad única y la absoluta singularidad del psicoanálisis incontaminado. Operan como una especie de carte blanche que hace que el psicoanalista se sienta autorizado y capaz de asumir cualquier caso, puesto que sólo haría falta operar de un modo «puramente psicoanalítico», lo que le hace errar en la mayoría de los casos, sea por defecto o por exceso.

Por defecto, cuando cree que tiene bastante con ser «puramente psicoanalítico» mientras ignora realidades psicosociales, religiosas o políticas, por listar sólo algunas, que en muchos casos determinan el caso.

En un ejemplo, la paciente relata unas complejas relaciones con Dios, que le habla personalmente y la persuade de que traslade su mensaje a la comunidad religiosa a la que pertenece, en la cual suceden este tipo de cosas. De nada sirve que el psicoanalista, que es ateo, se precipite a etiquetar: ¿Le habla Dios? ¡Qué psicótica! Sin duda, estará hablando de su padre, creyendo autorizarse además en Freud o en váyase a saber qué ateísmo ambiente más o menos difuso que se confundiría con el sentido común. El giro fundamental del caso acontece cuando se puede conversar pausadamente con la paciente sobre la significación que comportaron para ella una serie de catástrofes que se iniciaron con la interrupción de las revelaciones divinas. Manejar el caso de forma «puramente psicoanalítica», es decir, reduciendo la figura de Dios a la del padre, etcétera, no permitía abrir el caso, y por tanto ocuparse de la dirección de la cura.

En otro, el paciente, que pasó su infancia en Rusia en la época de la Unión Soviética, muestra una serie de disfunciones sociales en España. La apertura de este caso es posible cuando el psicoanalista advierte la huella que ha dejado en aquél un sistema, muy criticado por su familia, pero que distribuye de otro modo, además de la riqueza, las responsabilidades y los méritos, los resultados y las envidias. En una aproximación «puramente psicoanalítica» eso no hubiese sido tenido en cuenta: ¿Acaso es trabajo del analista meterse en política? — eso no tiene nada que ver, «no es psicoanalítico».

Por exceso, cuando termina creyendo que es suficiente con ser «puramente psicoanalítico» para analizar cualquier cosa, y en última instancia para abordar cualquier situación, puesto que todo tendría una vertiente «psicoanalítica», incluso aquello que desconoce completamente.

En un ejemplo, un psicoanalista organiza una «supervisión empresarial» desconociendo absolutamente todo sobre las sociedades mercantiles: lo que es un objeto social, qué son los estatutos, cómo funciona el accionariado, qué son y cómo se distribuyen los dividendos... Todo eso no tiene importancia, porque su trabajo es ser «puramente psicoanalítico», es decir, en su versión, analizar a los atribulados empresarios de «los celos y la envidia» y cosas por el estilo.

En otro, un supervisor aconseja a un psicólogo que «deje hablar» a un paciente de logopedia, porque «lo que vienen es a hablar», cuando el psicólogo carecía de formación específica en logopedia, y el paciente lo que precisaba era de foniatría.

En los dos casos se pone en juego la cuestión de la formación del analista, que claramente ningún criterio burocrático («cinco años de análisis a cuatro sesiones por semana»; «análisis y supervisión de por vida»; «ser médico»;«el pase»; «ser de la Única Escuela Verdadera»; etcétera) puede resolver.

3.4. Las malas compañías y la aspiración a la neutralidad

La aspiración a lo incontaminado no tiene nada de neutra, ya que está apuntalada, por un lado, en la serie de las exclusiones en la historia del psicoanálisis, que ha sido reprimida de un modo distinto en cada escuela, agrupación o grupúsculo; y, por otro, en la tranquilidad narcisista que proporciona al practicante ante la angustia generada por el abismo de una ignorancia que ninguna formación convencional podría colmar.

Es esta falta de neutralidad la que explica que se toleren, y aun se consideren normales, sistemas de clasificación que si no no se sostendrían. Cada escuela tiene su propio sistema de buenas y malas compañías, de temas que es «psicoanalítico» abordar, y de temas que «no son psicoanalíticos». Entonces: el cuerpo, ni tocarlo (es «pulsional», ya se sabe), pero, en cambio, el teorema de Gödel... ¡ah, eso ya es otra cosa! O bien: el psicoanálisis no tiene nada que ver con la religión; pero, en cambio, con la topología...

3.5. Un ejemplo: el donatismo

Si no tuviese consecuencias, algunas de ellas muy graves, hasta sería divertido.

Pero las tiene. Un ejemplo: en la mayoría de las corrientes analíticas se observa lo que podríamos denominar una esclerosis del setting: las diversas prescripciones que lo configuran pasan a ser incuestionables e inamovibles, como si cambiar una de ellas tuviese que producir una catástrofe. Lo más curioso es que son distintas en cada agrupación analítica: algunos dan la mano, y otros consideran que eso no se hace;[5] unos sólo admiten pagos en metálico y por la cantidad exacta, y otros cobran hasta por Paypal; unos creen que el psicoanalista debe ir vestido con traje y corbata,[6] y otros no piensan así; unos no abren la boca, y otros hablan desde el primer día; etcétera. Pero, para cada uno de ellos, su pequeña creencia en la prescripción es sagrada, y la idea de saltársela, inconcebible.

La psicoanalista Olga Palomino nos confiaba la hilaridad nerviosa que despertó en el auditorio de un seminario al que asistía la revelación de que Freud, cuando atendía a determinados pacientes, a veces les ofrecía... ¡un té! Habría que preguntarse, realmente, qué era lo reprimido en juego, qué daba tanta risa.

En claro contraste con esta acumulación de fijezas, Freud se permitía muchas más libertades. Por ejemplo, al Hombre de las Ratas[7] le da de comer y beber [11, p. 237, 243 y 246]; le exige que traiga una foto de la amada [11, p. 204]; le explica la teoría (en varios pasajes del historial); le repite una conferencia [11, p. 221]; y le da a leer una obra de Zola [11, p. 240] (Joie de vivre).

Lo interesante es que esto que le está sucediendo al psicoanálisis ya ha sucedido. ¿Dónde? Aquí está el problema: en el ámbito religioso.

Nos referimos en este caso, y como ejemplo, a la herejía donatista, también conocida por la polémica ex opere operantis/ex opere operato, que enfrentaba, a principios del siglo iv, a quienes pensaban que los sacramentos cristianos operaban en virtud de la operación (es decir, del ritual sacramental) con los que pensaban que se precisaba, además, de la virtud del oficiante (los donatianos). La polémica terminó (al menos desde el punto de la iglesia Católica) en 409, cuando Marcelino de Cartago declaró herético el donatismo: lo que estaba en juego era cuál iba ser la religión del imperio romano. Para fundar una iglesia con ambiciones universales no puede uno basar las cosas en la virtud, lo que se necesita son burócratas, un ejército de ellos.

Se opera entonces, en el psicoanálisis, como si lo que curase fuese el dispositivo analítico mismo,[8] que queda entonces sacralizado, mientras que el practicante queda eximido de cualquier requerimiento, puesto que él ya no es lo que importa.

Y como el psicoanálisis no quiere tener nada que ver con la religión, el asunto deviene impensable, con lo que se priva de una información histórica que le sería muy útil, y después termina tomándose por una creación novísima y extraordinaria que no tendría parangón. Al no poder pensar lo que le sucede, no puede pensarse, y eso lo condena a repetir incesantemente problemáticas que no son históricamente nuevas, por mucho que se empeñe en ello.

4. Lo riguroso: de la laboriosa observación al matema, y de la aspiración deductiva

Entre las buenas compañías, el lacanismo distingue, sin duda, a las ciencias formales: la lógica y las matemáticas. Esto nos llevará a la segunda acepción de nuestra dupla, que hemos agrupado bajo la etiqueta de lo riguroso, y en la que incluimos también lo abstracto, y lo puro como no aplicado.

Ya establecimos en otros lugares [3, 4, 5] la dimensión de estafa intelectual de este coqueteo con las ciencias formales, una operación que claramente intenta, sin conseguirlo, no hay que decirlo, que el psicoanálisis se contagie de su prestigio.

4.1, La desaparición de la dimensión crítica: el teorema de Stokes en Posición del inconsciente

El primer problema con esta operación de prestigio es que configura modos de formación que imbecilizan a los candidatos: los entretienen con una pseudocultura diletante en vez de estimular en ellos la dimensión crítica. Veamos un ejemplo reciente.

En un trabajo de marzo de 2011 publicado en la revista en línea lacaniana Nodus [18],[9] la autora promete «elucidar las razones que motivan la cita de Lacan al teorema de Stokes [...] en relación a la pulsión», y después añade «para ello, se expone con claridad el teorema». Consecuentemente con su programa, lo que hace es «exponer con claridad el teorema», y ya está. Eso sí, cuando hay que partir una superficie S en dos, las superficies resultantes se denominan S1 y S2; uno se figura que eso debe resultar tranquilizador.[10] ¿Y lo de «elucidar las razones»? Nada de nada: se «expone con claridad el teorema» y, por lo visto, ya están «elucidadas las razones».

El pequeño problema es que la referencia lacaniana al teorema de Stokes, que dicho sea de paso es pura y simplemente una enormidad, sólo podría encontrar sus «razones» si se «elucidase» primero qué autoriza a pensar que la pulsión freudiana podría ser aclarada nada menos que con una referencia a la teoría electromagnética. Dicho todavía más claro: una vez expuesto el teorema de Stokes, habría que determinar, como mínimo, qué figura retórica está utilizando Lacan, si esa figura está bien empleada, y si la metáfora, comparación, analogía, o lo que se haya determinado que se está usando, está o no bien fundamentada. Es decir, habría que ejercer la función crítica.

Por no hablar de la ecuación, presente en la edición francesa [14, p. 327], pero que Tomás Segovia no se atreve a transcribir en la versión española [13],[11]

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a la rama de las matemáticas a la que pertenece el teorema: la geometría diferencial. ¿No merecería esto ser, también, «elucidado»?

¿Qué encontramos en su lugar? Un uso pomposo de las palabras («elucidar») que no responde a nada concreto, la presencia tramposa, inexplicada y no fundamentada de una simbología familiar pero sacada de contexto (S1 y S2) y, eso sí, todos los oropeles y las apariencias de la seriedad («elaborado en el contexto del Seminario de Investigación», «aperiòdic virtual de la Secció Clínica de Barcelona»). Puro simulacro.

4.2. El cierre especulativo-formalista: oral, anal, escópico, invocante

El segundo problema con la operación de prestigio es que cierra la obra freudiana y el tercer problema es que es una operación especulativa (algo que Freud aborrecía). La cierra en varios sentidos: en primer lugar, literalmente, porque ya no se abre más su obra, no se estudia a Freud, que ha sido substituido, en una serie cuyo crecimiento se intuye indefinido, primero por Lacan, después por Miller, después por los divulgadores de Miller, etcétera;[12] en segundo lugar, porque esa substitución se justifica en una pretendida formalización, pero nadie garantiza que eso supuestamente formalizado tenga la apertura que tenía en Freud (es decir, que la supuesta operación de formalización, aun si fuera válida, no estaría bien hecha, pues es doblemente reductiva: deja fuera casos, y cierra, obtura, la operación de lectura); en tercer lugar, porque las estructuras «formalizadas» que se proponen se agotan y se cierran en su propia combinatoria.

Por ejemplo, la teoría de la pulsión en Freud no tiene mucho que ver con la teoría de la pulsión en Lacan: en cierto momento, el lacanismo reconoce cuatro pulsiones (oral, anal, invocante y escópica), que se articulan combinatoriamente con la demanda y el deseo a y del Otro. El problema con estas combinaciones, que por otro lado pueden resultar placenteras a nivel estético, es que 1) son especulativas, como ya hemos indicado antes; y 2) no admiten la modificación ni el crecimiento (puesto que la combinatoria lleva en sí una forma exhaustiva), y por eso mismo son cerradas (y esta es la objeción más importante), en el sentido de que a) dejan fuera todo el repertorio de otras pulsiones que sí están presentes en la obra de Freud, y b) no permiten la consideración de la posibilidad de la existencia de nuevas pulsiones, justo en la parte de la teoría psicoanalítica que para Freud mismo es «más oscura» y de la que espera más desarrollo ulterior.

4.3. No hay psicoanálisis aplicado

El cuarto problema con la operación de prestigio es que reedita la vieja distinción entre lo puro y lo aplicado, cuando el psicoanálisis no se puede aplicar.

Complica extraordinariamente las cosas que Lacan, en el acta de fundación de su lacaniana «Escuela Freudiana», decidiese estructurarla en tres secciones, de las que las dos primeras eran «de psicoanálisis puro» y «de psicoanálisis aplicado».[13] Para Lacan, el psicoanálisis aplicado es la psicoterapia, en cuanto debe diferenciarse radicalmente del psicoanálisis, y el psicoanálisis puro es el psicoanálisis didáctico.

En un artículo en línea de Joseph Attié [2] sobre el tema se asegura que «lo que puede hacer virar la terapia a un análisis es la existencia de otro que no sepa». El análisis didáctico sería entonces «dependiente de la respuesta del Otro», y lo que posibilitaría esa entrada en didáctico sería «el deseo del analista».

En ese mismo artículo se cita a Jacques-Alain Miller: «Todas las psicoterapias son de hecho terapias de la imagen de sí. Siempre están fundadas en el estadio del espejo»; inmediatamente, el autor añade: «y desembocan en una identificación, tanto el Zen como la hipnosis, el grito primario o aún la relajación». Realmente, saben de todo, estos lacanianos: de topología, de teoría de conjuntos, y ahora de Zen y de relajación. Veamos: para empezar, el Zen no es una «psicoterapia», sino una variante extremadamente depurada del budismo (que, además de ser tanto «una psicoterapia» como pueda serlo el judaísmo, tampoco es exactamente una religión); y, además, el Zen no «desemboca en una identificación», basta haber leído un mínimo de literatura Zen para darse cuenta de eso.

Precisamente el Zen contiene referencias constantes al problema de la identificación (aunque, claro está, sin utilizar ese término). Veamos algunos ejemplos:

Pai-chang Huai-hai (百丈懷海, 720-814): «Si el discípulo tiene una visión igual a la del maestro, podrá, como mucho, realizar la mitad de lo que el maestro ha realizado. Sólo cuando el discípulo tiene una visión que sobrepasa a la del maestro merece la Instrucción» [7, p. 50]; otra variante [6] substituye «merece la Instrucción» por «vale la pena transmitirle la enseñanza».

Shunryu Suzuki (鈴木俊隆, 1904-1971): «De modo que aquel que se apega [...] al maestro comete una gran equivocación. En cuanto uno halla un maestro, tiene que dejarlo y mantenerse independiente. El maestro se necesita para poder independizarse» [21].

Y un verso de Matsuo Bashō (松尾芭蕉, 1644-1694):

No trates de seguir los pasos
de los hombres sabios del pasado.
Busca lo que ellos buscaron.

En cuanto a que «la relajación» sea «una psicoterapia» que «desemboque en una identificación», mejor dejarlo.

¿A dónde apunta el autor? Es claro: las demás «psicoterapias» (lo que incluye por lo visto al «Zen») son «imaginarias», están fundadas en el estadio del espejo, mientras que el psicoanálisis (el «puro», el «didáctico») es «simbólico». Es algo absolutamente distinto, completamente nuevo, y todo gracias al «deseo del analista»... Unos analistas que, por otra parte, escriben sandeces [5] como que el Zen es una psicoterapia, cierran la obra freudiana para substituirla por especulaciones, no muestran el más mínimo rigor ni sentido crítico... Algo falla, claramente. ¿Dónde estaría entonces la cualidad del alma (metafísica, imaginamos) del analista, ese «deseo» que garantizaría la posibilidad de «hacer virar la terapia a un análisis», si no percibe de ningún modo su presencia en las producciones?

Lo que está mal es el punto de partida: ya lo hemos dicho, no existe algo así como el psicoanálisis aplicado. «Aplicar», en las acepciones que nos interesan, es o bien «poner algo en contacto con otra cosa» (no se aplica el psicoanálisis como si fuese una cataplasma), o bien «emplear un conocimiento a fin de obtener un determinado efecto en alguien» (el psicoanálisis no es un conocimiento» que se «emplea» para producir «un efecto»), o bien «referir a un caso particular lo que se ha dicho en general» (esto equivaldría a hacer entrar al paciente en sistemas de clasificación que lo alienan). «Aplicado», además de significar «que muestra asiduidad», lo que no nos interesa aquí, «se dice de la parte de la ciencia enfocada en razón de su utilidad»; por último, «aplicar» se usa como «emplear», «usar», «dedicar». Pero no puede haber algo que esté ya preparado y después se use, en el análisis: primero, porque eso eliminaría la escucha (doblemente: porque no haría falta escuchar y porque después de escuchar se «aplicaría», «emplearía», algo ya constituido en otro lugar); segundo, porque por aplicar algo constituido en otro sitio no se respetaría la singularidad del paciente, convirtiendo el análisis en una operación de imposición moral; tercero, porque se violentaría la naturaleza misma del encuentro analítico, que debe poder transitar por devenires no previstos, y por tanto no puede no carecer de una hoja de ruta establecida a priori.

5. Lo virginal: sobre el desconocimiento de la generación, y sobre sus consecuencias

Hay una guía de lectura, muy útil por cierto, para leer a Lacan: cada vez que dice «esto es exactamente lo que dijo Freud», podemos estar seguros de que nos está colando una teoría diferente, la suya, que puede ser quizá muy respetable, pero no es la freudiana.

Parece una broma, pero no lo es; es un síntoma del lacanismo, que no ha sido capaz de hacerse cargo de esa operación,  verdaderamente sistemática, de apropiación indebida, más que repitiéndola indefinidamente.

Descompongamos esa apropiación: Lacan enuncia que su teoría T′ sobre un determinado tema psicoanalítico es «exactamente» la teoría T de Freud sobre la misma cuestión, pero en realidad T y T′ son diferentes; eso es tan palmario y sucede tan de continuo que uno no se explica cómo no ha sido advertido más a menudo. Después Lacan parte de T′ (que sería «freudiana», claro: como su escuela), le aplica una serie de manipulaciones simbólicas a las que era aficionado, y obtiene una modificación T′′ de T′, que «sigue siendo estrictamente freudiana», y que ya no se parece en nada a T. A continuación, se celebra que T′′ es la «formalización» de T′, que a su vez está confundida con T.

Así se consuma, además de un latrocinio, un asesinato. Del padre, por más señas, es decir, de Freud: se le pone a T′′ el apelativo de «freudiana», se repite hasta la saciedad que Lacan «formalizó» a Freud, y se deja al viejo Freud el papel de «descubridor»[14] del psicoanálisis, como si fuese un explorador inglés en África, con su sombrero salacof y todo, que tomó algunos apuntes naturalistas, hizo algunos dibujos y algunos esquemitas, y después entregó todo a gente seria, que sistematizó sus hallazgos, los «formalizó» y les dio, por fin, la forma teórica que les correspondía.

Esta operación requiere, para ser completada, de la asunción de una genealogía, propiamente delirante, que ya hemos criticado en otro lugar [4]: el psicoanálisis se emparentaría, entonces, con Cantor, Frege, Gödel, Tarski... El viejo Freud era muy simpático, descubría cosas, pero nosotros nos relacionamos con ancestros mucho más augustos. Está claro que el psicoanálisis tiene problemas con sus padres.

¿Y con los hermanos? En esto se comporta como el niño neurótico que no juega con nadie y siempre se queda solo en el patio. Y no es que no sepa conectar, no crean: es a él que no le interesa; está convencido de ser superior a los demás. Por lo visto, no tiene nada que ver con las otras psicoterapias (como el «Zen» o la «relajación»). No le pasan cosas que ya les han pasado a otros, ¡qué va!; como es extremadamente nuevo, algo que no había existido nunca, nada de lo que le pasa es comparable a algo existente o anterior. No se junta con nadie porque a él no le interesa. Bueno, sí; a veces le interesa alguna cosa, y entonces la toma, sin pedir permiso, ¿por qué habría de hacerlo?, la usa para lo que quiere y sin preguntar antes cómo se usa, con lo que termina pergeñando verdaderos engendros como la topología psicoanalítica, monstruos estériles a los que después ama como las más altas producciones de su pensamiento. L’escarabat, al seu fill, li deia perleta.

¿Y con los hijos, tendrá también problemas? Con esos no tiene problema alguno, porque se los ha comido a todos: Jung, ya se sabe, quería ser profeta; Reich era un delirante; Fromm, un curita; Ana Freud, una cagada de mosca... [12] No queda nadie vivo, realmente (salvo los puros y los estrictos, se supone).

¿Qué emerge aquí? La tercera acepción de nuestra dupla: virginal. En su sentido más fuerte: quien no conoce todavía los procesos de la generación. Es de lo más llamativo, para una disciplina que dice dar tanto peso a la sexualidad.

6. Lo estrecho: de la estructura a la estrictura

De todo esto resulta un angostamiento, literalmente una estrictura: lo estrecho, que es la última acepción de nuestra dupla. Un psicoanálisis cada vez más aislado, solo. Desconectado, jugando a no contaminarse, cuando lo que ha olvidado son el más elemental sentido crítico y el saber sobre las regulaciones del intercambio. Ignorante, haciéndose el riguroso cuando no tiene con qué y no sabe qué hacer con lo que les ha robado a otros. Delirante cuando intenta encuadrarse, emparentarse: ocultador de su padre, devorador de sus hijos, desagradable con las demás disciplinas. Estricto, angosto, estrecho, rígido, severo, seco. Necesita renovarse, con urgencia: aire fresco, nuevo.


Barcelona, abril-mayo de 2014


  • Significación
    • aspiracional:
      • incontaminado → puro, estricto
      • riguroso → puro, estricto
    • reprimida:
      • virginal → puro
      • estrecho  estricto

Referencias

[1] Didier Anzieu. El cuerpo de la obra: ensayos psicoanalíticos sobre el trabajo creador. México: Siglo XXI, 1993.

[2] Joseph Attié. «El psicoanálisis aplicado y el psicoanálisis puro». Trad. por Nieves Soria. En: Virtualia. Revista digital de la Escuela de Orientación Lacaniana (6 jun. de 2002). Publicado inicialmente en francés en Mental nº 10, de la Escuela Europea de Psicoanálisis. url: http://virtualia.eol.org.ar/006/default.asp?notas/jattie-01.html (visitado 10-04-2014, suprimido con posterioridad).

[3] Josep Maria Blasco. Setenta y cinco años no es nada (2009).

[4] Josep Maria Blasco. Cualquier persona educada; un dichoso azar (2013).

[5] Josep Maria Blasco. Y Lacan lo formal izó (2013).

[6] Enric Boada. Cuando morir sea una fiesta. Contramanifiesto para el tercer milenio. 1ª ed. Barcelona: Icaria, 1997.

[7] Chang Chen-Chi. La práctica del Zen. Buenos Aires: La Pléyade,1971.

[8] Diccionario de la lengua española. Madrid: Real Academia Española. url: http://www.rae.es/recursos/diccionarios/drae (visitado 10-04-2014).

[9] Diccionario de sinónimos y antónimos (a-h). Madrid: Gredos, 1998.

[10] Diccionario de sinónimos y antónimos (i-z). Madrid: Gredos, 1998.

[11] Sigmund Freud. «A propósito de un caso de neurosis obsesiva». En: Obras completas Sigmund Freud. 2ª ed. Vol. X. Buenos Aires: Amorrortu, 1986.

[12] Jacques Lacan. «La Tercera». En: Actas de la Escuela Freudiana de París. Barcelona: Petrel, 1974, págs. 159-186. url: http://www.edipica . com . ar / archivos / jorge / psicoanalisis / lacan6 . pdf (visitado 15-04-2014).

[13] Jacques Lacan. «Posición del inconsciente en el congreso de Bonneval reanudada desde 1960 en 1964». En: Escritos. 15ª ed. Vol. 2. México: Siglo XXI, 1984, págs. 808-829.

[14] Jacques Lacan. «Position de l’inconscient au congrès de Bonneval reprise de 1960 en 1964». En: Écrits. Vol. II. Nueva edición en formato de bolsillo. Paris: Seuil, 1999, págs. 309-330.

[15] María Moliner. Diccionario de uso del Español (A-H). 2ª ed. Madrid: Gredos, 1998.

[16] María Moliner. Diccionario de uso del Español (I-Z). 2ª ed. Madrid: Gredos, 1998.

[17] Juan David Nasio. Enseñanza de 7 Conceptos Cruciales del Psicoanálisis. 4ª ed. Barcelona: Gedisa, 1996.

[18] Isabel Prieto. «Un apunte sobre la referencia de Lacan al Teorema de Stokes en ‘Posición del inconsciente’». En: Nodus. L’aperiòdic virtual de la Secció Clínica de Barcelona (XXXIII mar. de 2011). url: http: //www.scb-icf.net/nodus/contingut/article.php?art=394&pub=4&rev=49&idarea=3 (visitado 15-04-2014).

[19] Julio Rey Pastor, Pedro Pi Calleja y César A. Trejo. Análisis Matemático. Volumen II: Cálculo infinitesimal de varias variables. Aplicaciones. 7ª ed. Buenos Aires: Kapelusz, 1968.

[20] Elisabeth Roudinesco. La Batalla de Cien Años: Historia del Psicoanálisis en Francia (2) (1925-1985). Madrid: Fundamentos, 1993.

[21] Shunryu Suzuki. Mente Zen, Mente de Principiante. Buenos Aires: Estaciones, 1987.


Notas

1 Los énfasis son propios. 
2 La referencia y el énfasis en el rigor se aclararán enseguida. 
3 En todo el texto, las citas de acepciones están tomadas del DRAE [8] y el María Moliner [15, 16]; las de antónimos y sinónimos, de los correspondientes diccionarios [9, 10] publicados por Gredos. 
4 Véanse por ejemplo las contorsiones a las que se vio forzado Lacan en el acta de fundación de su escuela para referirse a algo tan sencillo como que sus estudiantes se analizaban con él. 
5 Con lo cual dan más bien la impresión de que desconocen las costumbres de mesa. 
6 Como si el psicoanalista fuese un vendedor de seguros. Se genera así una legión de imbéciles vestidos de Armani que, eso sí, se llenan la boca con el deseo del analista (que por lo visto, siempre es el de vestirse de Armani: c’est la vie). 
7 Fabián Ortiz me proporcionó este fascinante listado. 
8 Hasta el límite de que hay psicoanalistas que nunca hablan. 
9 Se trata de un trabajo «elaborado en el contexto del Seminario de Investigación “Posición del inconsciente: entre alienación y separación”, impartido por Antoni Vicens en el curso 2009-10». No recomendamos la versión pdf (http://www.scb-icf.net/nodus/contingut/arxiupdf.php?idarticle=394&rev=49), porque las letras griegas no se ven. Uno se pregunta qué herramientas técnicas están utilizando; aprender LATEX no es tan difícil. 
10 Algunos textos de la época usan la notación S1, S2, por ejemplo el Análisis Matemático de Rey Pastor, Calleja y Trejo [19, p. 524], pero para evitar confusiones hubiese sido necesaria una aclaración. 
11 Y con razón: los de Éditions du Seuil, claramente, andaban perdidísimos al transcribir la ecuación, que tiene graves errores de puntuación. Por ejemplo, el punto después de dt debe ir fuera, y no dentro, del vector. Además, se trata de un punto medio (x · y en vez de x.y), que también puede omitirse. Sí, estas cosas, en notación matemática, cuentan: es lo que se llama cuidado del significante. 
12 Eso sí, todos se llenan la boca con el «retorno a Freud», que por lo visto ya realizó, de una vez y para siempre, Lacan. 
13 Se termina confundiendo el accidente de lo que no era más una operación de política interna de Lacan, que tenía que mantener cohesionada a su tropa en una situación muy difícil, con una operación teórica. 
14 Queda por hacer una crítica de la noción así empleada de descubrimiento, muy poco clara, aunque se vea repetida hasta el manoseo en los ambientes psi. 

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